miércoles, 29 de abril de 2009
Presentación del cuarto número de la revista Ágora pospuesta por contingencia sanitaria
A nuestros lectores:
Les informamos que los planes de presentación del número de Primavera 2009 de la revista Ágora han sido cancelados por las medidas de contingencia implementadas en México debido a la epidemia de influenza porcina.
Agradecemos su comprensión
Atentemente,
los editores
Los que piensan que la evolución no existe, que expliquen cómo surgió la gripe porcina
publicado en Ciencia y/o Religión
Haciendo a los creacionistas y creyentes en el diseño inteligente quedar como ridículos es algo que me alegra el dia, y aunque las noticias de que la gripe porcina ha matado a aproximadamente 100 personas en México y contagiado a una decena en Estados Unidos es muy triste, esta situación es prueba clara y contundente de que la evolución es real y es evidencia viva de como los seres vivientes van mutandose y cambiando con el tiempo. De acuerdo al diario "The Los Angeles Times", el Secretario de Salud de México, José Córdova dijo:
El nuevo virus es distinto a cualquier otro virus que los investigadores hayan visto anteriormente. Este aparenta ser una combinación de 4 viruses, de tres continentes, con un segmento humano, uno aviario y otro porcino. Extraño ¿verdad?
No tanto. Recientemente, un artículo en "New Scientist" toca el tema de "intercambio" evolutivo, en el cual segmentos genéticos de distintas especies se mueven a través de la red viviente. Conocido como HGT o "horizontal gene transfer" (transferencia de genes horizontal), este complica la visión tradicional de la evolución como un árbol lineal donde las distintas ramas no se tocan entre si. (Pueden ver el diagrama original de Darwin en la imagen. Este lo dibujo por primera vez en 1837.)
Pueden encontrar más información sobre HGT aqui.
Esto es lo que dice el artículo en "New Scientist al respecto:
Esto es lo que podemos ver claramente con este virus. Material genético ha sido intercambiado entre tres especies, y se puede ver este intercambio en su ADN.
Haciendo a los creacionistas y creyentes en el diseño inteligente quedar como ridículos es algo que me alegra el dia, y aunque las noticias de que la gripe porcina ha matado a aproximadamente 100 personas en México y contagiado a una decena en Estados Unidos es muy triste, esta situación es prueba clara y contundente de que la evolución es real y es evidencia viva de como los seres vivientes van mutandose y cambiando con el tiempo. De acuerdo al diario "The Los Angeles Times", el Secretario de Salud de México, José Córdova dijo:
Hemos confirmado que esto es una mutación de un virus que proviene de los cerdos que... nunca habian provocado una epidemia, quiero decir, que nunca se habia regado entre los humanos.
El nuevo virus es distinto a cualquier otro virus que los investigadores hayan visto anteriormente. Este aparenta ser una combinación de 4 viruses, de tres continentes, con un segmento humano, uno aviario y otro porcino. Extraño ¿verdad?
No tanto. Recientemente, un artículo en "New Scientist" toca el tema de "intercambio" evolutivo, en el cual segmentos genéticos de distintas especies se mueven a través de la red viviente. Conocido como HGT o "horizontal gene transfer" (transferencia de genes horizontal), este complica la visión tradicional de la evolución como un árbol lineal donde las distintas ramas no se tocan entre si. (Pueden ver el diagrama original de Darwin en la imagen. Este lo dibujo por primera vez en 1837.)
Pueden encontrar más información sobre HGT aqui.
Esto es lo que dice el artículo en "New Scientist al respecto:
Darwin asumió que la descendencia era exclusivamente vertical, con organismos pasandole sus características a sus hijos. Pero ¿que sucederia si las especies también le pasan este material genético a otras especies? Entonces el patrón organizado de ramificación se degeneraria rapidamente...
Esto es lo que podemos ver claramente con este virus. Material genético ha sido intercambiado entre tres especies, y se puede ver este intercambio en su ADN.
Hallado un mensaje en una botella enterrada en Auschwitz
publicado en ELPAÍS.com - Madrid - 28/04/2009
Unas obras próximas al campo nazi de exterminio de Auschwitz-Birkenau (Polonia) han posibilitado el hallazgo de un mensaje manuscrito oculto en una botella, según informa la BBC.
El texto está escrito a lápiz y fechado el 9 de septiembre de 1944 y contiene los nombres, números del campo y lugares de nacimiento de siete jóvenes internos de Polonia y Francia, de los que al menos dos, sobrevivieron, señalan fuentes del museo de Auschwitz a la cadena británica.
La botella se hallaba oculta en el muro de hormigón de una escuela que los prisioneros se vieron obligados a reforzar. Los edificios de la escuela, a pocos cientos de metros del campo, fueron utilizados por los nazis como almacenes.
Un portavoz del museo asegura que los autores de la nota eran "jóvenes que intentaron dejar algún rastro de su existencia tras ellos". Sólo en Auschwitz los nazis mataron a 1,1 millones de seres humanos, la mayoría judíos y gitanos.
El texto, escrito en septiembre de 1944, recoge nombres y lugares de nacimiento de siete jóvenes polacos y franceses
Unas obras próximas al campo nazi de exterminio de Auschwitz-Birkenau (Polonia) han posibilitado el hallazgo de un mensaje manuscrito oculto en una botella, según informa la BBC.
El texto está escrito a lápiz y fechado el 9 de septiembre de 1944 y contiene los nombres, números del campo y lugares de nacimiento de siete jóvenes internos de Polonia y Francia, de los que al menos dos, sobrevivieron, señalan fuentes del museo de Auschwitz a la cadena británica.
La botella se hallaba oculta en el muro de hormigón de una escuela que los prisioneros se vieron obligados a reforzar. Los edificios de la escuela, a pocos cientos de metros del campo, fueron utilizados por los nazis como almacenes.
Un portavoz del museo asegura que los autores de la nota eran "jóvenes que intentaron dejar algún rastro de su existencia tras ellos". Sólo en Auschwitz los nazis mataron a 1,1 millones de seres humanos, la mayoría judíos y gitanos.
viernes, 24 de abril de 2009
Una fuerza conservadora
por Roger Batra
publicado en La Jaula Abierta (blog de Roger Batra)
El 13 de noviembre de 2008 el novelista escocés Andrew O’Hagan dio una conferencia inquietante y provocadora en honor a George Orwell en el Birkbeck College de la Universidad de Londres. Allí afirmó que hoy la clase obrera es la fuerza más conservadora en Gran Bretaña. Es una clase, dijo, que tiene apetitos vengativos, que es adicta a los tabloides, al sentimentalismo y a los alcopops; y que en algunos sectores está inclinada al fascismo. El problema, sostuvo, es que la condición de la clase obrera está en el meollo del conservadurismo inglés que se está expandiendo, más que nunca, por Inglaterra. Desde luego, la tradición conservadora es antigua, pero lo que comenzó a extenderse desde mediados del siglo XX es la penetración de valores conservadores en el corazón de la sociedad inglesa: la clase obrera. El resultado ha sido la erosión de la voluntad inglesa por impulsar cualquier proyecto de cambio profundo ante un panorama de crisis financiera, de desempleo y de recesión. “En Inglaterra el modo populista –dijo O’Hagan– es la parálisis silenciosa. No el cambio”. Recordó que la misma señora Thatcher se sorprendió mucho de la facilidad con que se aceptó sin pestañear que se debilitaran los sindicatos y desaparecieran las industrias nacionalizadas. La gente de izquierda se resiste a criticar la docilidad de la clase obrera, como seguramente sí hubiera hecho George Orwell: él “habría ido a los pueblos ingleses un sábado en la noche para estudiar por qué la gente está tan inactiva, tan desmoralizada, tan ebria, tan miedosa de los fuereños, tan inclinada a la fantasía y al mismo tiempo tan carente de propósito como grupo social”. Orwell habría comprendido que el problema de la cultura obrera se encuentra en el centro de cualquier idea sobre el futuro de Gran Bretaña. ¿Cómo explicar la falta de ese impulso de cambio y de búsqueda que fue antaño una característica de la mentalidad protestante inglesa? ¿Qué ha sumido a la clase trabajadora inglesa en un profundo aburrimiento?
Para O’Hagan, los ingleses viven en el miasma de lo que Isaiah Berlin llamó “libertad negativa”: su finalidad colectiva es ser libres de interferencia, no definir el futuro. Cuando les dicen algo que no les gusta los ingleses exclaman: “whatever” (lo que sea)... Y, ciertamente, “lo que sea” es lo que obtienen y lo que están dispuestos a aceptar mientras su vida cotidiana no sea perturbada. Es lo que Matthew Arnold llamó “indiferenttism” (importamadrismo, diríamos nosotros): toneladas de sinceridad sin ninguna acción, observó O’Hagan. El problema, explicó, es que los ingleses creen que la diferencia es sospechosa y que la resistencia significa meterse en líos. Ahora que el declive de Inglaterra es real, y que está en recesión, O’Hagan se preguntó esperanzado: ¿la clase obrera adoptará una idea de responsabilidad colectiva? Orwell estaba convencido de que su Inglaterra tenía como base sólida el orgullo innato de la clase obrera. Hoy no podemos ser tan optimistas al ver cómo la gente más pobre acepta la adversidad, se aparta de sus propios poderes colectivos, de las mejores tradiciones de insumisión y de lucha por el bienestar.
¿Cómo estarán las cosas en aquellos lugares en que la clase trabajadora no tuvo nunca o perdió irremediablemente sus aspiraciones?
publicado en La Jaula Abierta (blog de Roger Batra)
El 13 de noviembre de 2008 el novelista escocés Andrew O’Hagan dio una conferencia inquietante y provocadora en honor a George Orwell en el Birkbeck College de la Universidad de Londres. Allí afirmó que hoy la clase obrera es la fuerza más conservadora en Gran Bretaña. Es una clase, dijo, que tiene apetitos vengativos, que es adicta a los tabloides, al sentimentalismo y a los alcopops; y que en algunos sectores está inclinada al fascismo. El problema, sostuvo, es que la condición de la clase obrera está en el meollo del conservadurismo inglés que se está expandiendo, más que nunca, por Inglaterra. Desde luego, la tradición conservadora es antigua, pero lo que comenzó a extenderse desde mediados del siglo XX es la penetración de valores conservadores en el corazón de la sociedad inglesa: la clase obrera. El resultado ha sido la erosión de la voluntad inglesa por impulsar cualquier proyecto de cambio profundo ante un panorama de crisis financiera, de desempleo y de recesión. “En Inglaterra el modo populista –dijo O’Hagan– es la parálisis silenciosa. No el cambio”. Recordó que la misma señora Thatcher se sorprendió mucho de la facilidad con que se aceptó sin pestañear que se debilitaran los sindicatos y desaparecieran las industrias nacionalizadas. La gente de izquierda se resiste a criticar la docilidad de la clase obrera, como seguramente sí hubiera hecho George Orwell: él “habría ido a los pueblos ingleses un sábado en la noche para estudiar por qué la gente está tan inactiva, tan desmoralizada, tan ebria, tan miedosa de los fuereños, tan inclinada a la fantasía y al mismo tiempo tan carente de propósito como grupo social”. Orwell habría comprendido que el problema de la cultura obrera se encuentra en el centro de cualquier idea sobre el futuro de Gran Bretaña. ¿Cómo explicar la falta de ese impulso de cambio y de búsqueda que fue antaño una característica de la mentalidad protestante inglesa? ¿Qué ha sumido a la clase trabajadora inglesa en un profundo aburrimiento?
Para O’Hagan, los ingleses viven en el miasma de lo que Isaiah Berlin llamó “libertad negativa”: su finalidad colectiva es ser libres de interferencia, no definir el futuro. Cuando les dicen algo que no les gusta los ingleses exclaman: “whatever” (lo que sea)... Y, ciertamente, “lo que sea” es lo que obtienen y lo que están dispuestos a aceptar mientras su vida cotidiana no sea perturbada. Es lo que Matthew Arnold llamó “indiferenttism” (importamadrismo, diríamos nosotros): toneladas de sinceridad sin ninguna acción, observó O’Hagan. El problema, explicó, es que los ingleses creen que la diferencia es sospechosa y que la resistencia significa meterse en líos. Ahora que el declive de Inglaterra es real, y que está en recesión, O’Hagan se preguntó esperanzado: ¿la clase obrera adoptará una idea de responsabilidad colectiva? Orwell estaba convencido de que su Inglaterra tenía como base sólida el orgullo innato de la clase obrera. Hoy no podemos ser tan optimistas al ver cómo la gente más pobre acepta la adversidad, se aparta de sus propios poderes colectivos, de las mejores tradiciones de insumisión y de lucha por el bienestar.
¿Cómo estarán las cosas en aquellos lugares en que la clase trabajadora no tuvo nunca o perdió irremediablemente sus aspiraciones?
Roger Bartra es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Es investigador emérito del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y es miembro del Sistema Nacional de Investigadores; ha sido profesor e investigador visitante en diversas universidades en México y en el extranjero, entre ellas la Universitat Pompeu Fabra, en Barcelona; el Paul Getty Center, en Los Ángeles; la Universidad Johns Hopkins; la Universidad de California en La Jolla; y la Universidad de Wisconsin. En 1996 recibió el Premio Universidad Nacional.
miércoles, 22 de abril de 2009
Pequeñas neurosis
por José Playo
publicado en a-secas
" La hipersensibilidad es el traje de fiesta de la paranoia ".
publicado en a-secas
" La hipersensibilidad es el traje de fiesta de la paranoia ".
José Playo tiene 33 años y es licenciado en ciencias de la comunicación. Ha publicado los libros Peguelé hasta dejarlo morado (relatos) y Peinate que viene gente (recopilación de la revista que creó en 2003).
Mientras termina su primera novela, se permite algunas licencias en su blog, www.revistapeinate.com.ar
Mientras termina su primera novela, se permite algunas licencias en su blog, www.revistapeinate.com.ar
Imposturas Intelectuales
por Gonzalo Fernández de la Mora
publicado en Razón Española
Alan Sokal, profesor de Física en la Universidad de Nueva York, envió a la revista norteamericana «Social Text» un extenso artículo titulado Transgresión de fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravitación cuántica, que fue acogido por el editor con entusiasmo y publicado en un número especial, el 46-47. Dicho trabajo, de tres decenas de páginas y 108 notas, se acompañaba de una bibliografía donde eran citados 218 títulos filosóficos y físico-matemáticos que incluían, además de Einstein, Bohr, Heisenberg, Gödel, Russell y otras eminencias, a ensayistas de moda como Derrida, o Lacan. El trabajo, de muy densa erudición políglota, estaba ilustrado con textos científicos y alguna ecuación. La intención era declarar anticuado y superado el postulado de la existencia de un mundo real exterior, y afirmar que la realidad es una construcción lingüística. En consecuencia, el autor sostenía, por ejemplo, que el número p de Euclides y la constante gravitatoria de Newton no son universales, sino simplemente históricos.
Inmediatamente después, Sokal publicó en la estadounidense revista «Dissent» (núm. 43/4) un artículo titulado Transgresión de fronteras, un epílogo en el que confesaba que su anterior trabajo era una parodia de los pseudocientíficos, y detallaba los absurdos, contradicciones, logomaquias y falsedades en que irónicamente había incurrido. Esta palinodia produjo sensación y dió lugar, entre otras muchas reacciones, a la glosa de S. Weinberg La broma de Sokal en la prestigiosa revista «New York review of books» (núm. 43/15). Como la mayoría de los satirizados eran gurus franceses, la polémica se extendió a París donde el autor publicó el artículo Por qué he escrito mi parodia, pretexto para nuevos debates que aún continuan entre los devotos de los vapuleados.
Como ampliación de su polémica, Sokal, en colaboración con Jean Bricmont, profesor de Física en la Universidad de Lovaina, acaba de publicar el volumen Impostures intellectuelles (ed. Jacob, noviembre de 1997, París, 278 págs.) en donde presenta una crítica demoledora de Deleuze, Derrida, Irigaray, Lacan, Latour y Lyotard, entre otros, cuando para impresionar a sus lectores no iniciados, se aventuran en apelaciones a las ciencias exactas.
Los autores se limitan a desmontar textos supuestamente científicos; sólo muy tangencialmente aluden a cuestiones sociológicas o filosóficas porque no desean caer en el mismo intrusismo intelectual que denuncian, ni abdicar de su autoridad profesional como físicos. Declaran, en términos muy convincentes, que no les mueve pasión alguna pues son ajenos a las tensiones de escuela que sus criticados suscitan a causa de sus adhesiones ideológicas y políticas. El propósito es, única y exclusivamente, prevenir a los jóvenes estudiosos contra imposturas de moda.
En el libro hay dos clases de capítulos, los dedicados a la crítica y los de vulgarización científica sobre algunos de los grandes temas aludidos. Los primeros, aunque correctos, son de extraordinaria dureza y rotundidad. Los segundos, incrustados de referencias dialécticas, unen a la claridad el rigor.
Quizás el autor que sale peor parado de esta disección intelectual sea Jacques Lacan que intentó correlacionar las matemáticas y el psicoanálisis sin que los psiquiatras reconocieran valor clínico a sus especulaciones. Cuando Lacan utiliza expresiones como topología, conjuntos, campos, inercia, formalización, etc., el psicoanalista francés cae en el despropósito. El análisis de las «fórmulas de sexuación» lacanianas es aniquilador y los críticos concluyen que tales fórmulas no tienen ningún sentido matemático a pesar de la compleja apariencia de las ecuaciones presentadas.
Entre las perlas falsas que los autores encuentran en los mandarines postmodernistas, figuran: «la finitud demostrable de los espacios abiertos capaces de recubrir el espacio limitado, cerrado para la ocasión, del placer sexual» (Lacan); el masculino «órgano eréctil es igual a la raíz cuadrada de menos uno» (Lacan); «el Estado como conjunto de todos los conjuntos es una ficción que no puede existir» (J. Kristeva); «la única regla superviviente es que todo vale» (P. Feyerabend); «la ciencia del mundo occidental no es más que una en medio de las otras» (Feyerabend); «el amor es imposible para los que viven según el espíritu científico» (Feyerabend); «la ciencia manifiesta ciertas exclusiones y elecciones en función del sexo de los sabios» (L. Irigaray); «la ecuación de la relatividad eisnsteniana, E=Mc2, ¿no es una ecuación sexuada?» (Irigaray); «los combates contra los privilegiados de la economía o de la física son literalmente los mismos» (B. Latour); «el espacio de la guerra se ha convertido definitivamente en no euclidiano» (J. Baudrillard); «fuera de nuestro punto de vista particular el Universo no existe» (G. Deleuze); «el teorema de Gödel está próximo a la situación de los trabajadores inmigrantes» (A. Badiou); «la ciencia moderna no produce lo conocido, sino lo desconocido» (J.F. Lyotard); etc.
Las sentencias de los dos profesores sobre las excursiones supuestamente científicas de estos postmodernistas son condenatorias: «no quiere decir nada desde el punto de vista matemático», «esos enunciados matemáticos carecen de sentido», «confunde los números irracionales con los imaginarios», «fantasías que no desempeñan ninguna función» «analogías de lo más arbitrario que cabe imaginar», «párrafos vacíos», «el mensaje del libro es absurdo», «conceptos matemáticos improcedentes en el contexto», «su propia tesis se autorrefuta»; «sus conocimientos de lógica matemática son tan superficiales como sobre física», «errores en el análisis»; «palabras pseudocientíficas utilizadas al margen de su significación»; «discurso que oscila entre el dislate y la trivialidad»; «mitificación de conceptos matemáticos»; «carece de lógica»; «mezcla de confusiones monumentales y delirantes fantasías»; «copia frases que no comprende»; «confunde velocidad y aceleración»; «salto abrupto de las matemáticas a la política»; etc. Ninguno de los autores estudiados escapa a la censura, en ocasiones, de una elementalidad escolar.
Lo más paradójico de los postmodernistas ahora revistados es su pretensión de «izquierdismo». Desde la Ilustración, se venía acusando a la derecha política de conservatismo y tradicionalismo dogmáticos, mientras que los autodenominados progresistas (liberales y otros) decían enarbolar la bandera del racionalismo. Pero, como demuestran Sokal y Bricmont, el postmodernismo es un irracionalismo con figuras carismáticas, textos fundamentalistas, desprecio del método científico, negación de la universalidad lógica y de la realidad cognoscible, reivindicación de mitos y culturas exóticas, e historificación de todo, incluso del patrimonio esencial de las ciencias. Efectivamente, el postmodernismo se presenta como una especie de revelación laica, una cábala con incrustaciones algorítmicas.
El juego del físico Sokal resulta serio.
publicado en Razón Española
Alan Sokal, profesor de Física en la Universidad de Nueva York, envió a la revista norteamericana «Social Text» un extenso artículo titulado Transgresión de fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravitación cuántica, que fue acogido por el editor con entusiasmo y publicado en un número especial, el 46-47. Dicho trabajo, de tres decenas de páginas y 108 notas, se acompañaba de una bibliografía donde eran citados 218 títulos filosóficos y físico-matemáticos que incluían, además de Einstein, Bohr, Heisenberg, Gödel, Russell y otras eminencias, a ensayistas de moda como Derrida, o Lacan. El trabajo, de muy densa erudición políglota, estaba ilustrado con textos científicos y alguna ecuación. La intención era declarar anticuado y superado el postulado de la existencia de un mundo real exterior, y afirmar que la realidad es una construcción lingüística. En consecuencia, el autor sostenía, por ejemplo, que el número p de Euclides y la constante gravitatoria de Newton no son universales, sino simplemente históricos.
Inmediatamente después, Sokal publicó en la estadounidense revista «Dissent» (núm. 43/4) un artículo titulado Transgresión de fronteras, un epílogo en el que confesaba que su anterior trabajo era una parodia de los pseudocientíficos, y detallaba los absurdos, contradicciones, logomaquias y falsedades en que irónicamente había incurrido. Esta palinodia produjo sensación y dió lugar, entre otras muchas reacciones, a la glosa de S. Weinberg La broma de Sokal en la prestigiosa revista «New York review of books» (núm. 43/15). Como la mayoría de los satirizados eran gurus franceses, la polémica se extendió a París donde el autor publicó el artículo Por qué he escrito mi parodia, pretexto para nuevos debates que aún continuan entre los devotos de los vapuleados.
Como ampliación de su polémica, Sokal, en colaboración con Jean Bricmont, profesor de Física en la Universidad de Lovaina, acaba de publicar el volumen Impostures intellectuelles (ed. Jacob, noviembre de 1997, París, 278 págs.) en donde presenta una crítica demoledora de Deleuze, Derrida, Irigaray, Lacan, Latour y Lyotard, entre otros, cuando para impresionar a sus lectores no iniciados, se aventuran en apelaciones a las ciencias exactas.
Los autores se limitan a desmontar textos supuestamente científicos; sólo muy tangencialmente aluden a cuestiones sociológicas o filosóficas porque no desean caer en el mismo intrusismo intelectual que denuncian, ni abdicar de su autoridad profesional como físicos. Declaran, en términos muy convincentes, que no les mueve pasión alguna pues son ajenos a las tensiones de escuela que sus criticados suscitan a causa de sus adhesiones ideológicas y políticas. El propósito es, única y exclusivamente, prevenir a los jóvenes estudiosos contra imposturas de moda.
En el libro hay dos clases de capítulos, los dedicados a la crítica y los de vulgarización científica sobre algunos de los grandes temas aludidos. Los primeros, aunque correctos, son de extraordinaria dureza y rotundidad. Los segundos, incrustados de referencias dialécticas, unen a la claridad el rigor.
Quizás el autor que sale peor parado de esta disección intelectual sea Jacques Lacan que intentó correlacionar las matemáticas y el psicoanálisis sin que los psiquiatras reconocieran valor clínico a sus especulaciones. Cuando Lacan utiliza expresiones como topología, conjuntos, campos, inercia, formalización, etc., el psicoanalista francés cae en el despropósito. El análisis de las «fórmulas de sexuación» lacanianas es aniquilador y los críticos concluyen que tales fórmulas no tienen ningún sentido matemático a pesar de la compleja apariencia de las ecuaciones presentadas.
Entre las perlas falsas que los autores encuentran en los mandarines postmodernistas, figuran: «la finitud demostrable de los espacios abiertos capaces de recubrir el espacio limitado, cerrado para la ocasión, del placer sexual» (Lacan); el masculino «órgano eréctil es igual a la raíz cuadrada de menos uno» (Lacan); «el Estado como conjunto de todos los conjuntos es una ficción que no puede existir» (J. Kristeva); «la única regla superviviente es que todo vale» (P. Feyerabend); «la ciencia del mundo occidental no es más que una en medio de las otras» (Feyerabend); «el amor es imposible para los que viven según el espíritu científico» (Feyerabend); «la ciencia manifiesta ciertas exclusiones y elecciones en función del sexo de los sabios» (L. Irigaray); «la ecuación de la relatividad eisnsteniana, E=Mc2, ¿no es una ecuación sexuada?» (Irigaray); «los combates contra los privilegiados de la economía o de la física son literalmente los mismos» (B. Latour); «el espacio de la guerra se ha convertido definitivamente en no euclidiano» (J. Baudrillard); «fuera de nuestro punto de vista particular el Universo no existe» (G. Deleuze); «el teorema de Gödel está próximo a la situación de los trabajadores inmigrantes» (A. Badiou); «la ciencia moderna no produce lo conocido, sino lo desconocido» (J.F. Lyotard); etc.
Las sentencias de los dos profesores sobre las excursiones supuestamente científicas de estos postmodernistas son condenatorias: «no quiere decir nada desde el punto de vista matemático», «esos enunciados matemáticos carecen de sentido», «confunde los números irracionales con los imaginarios», «fantasías que no desempeñan ninguna función» «analogías de lo más arbitrario que cabe imaginar», «párrafos vacíos», «el mensaje del libro es absurdo», «conceptos matemáticos improcedentes en el contexto», «su propia tesis se autorrefuta»; «sus conocimientos de lógica matemática son tan superficiales como sobre física», «errores en el análisis»; «palabras pseudocientíficas utilizadas al margen de su significación»; «discurso que oscila entre el dislate y la trivialidad»; «mitificación de conceptos matemáticos»; «carece de lógica»; «mezcla de confusiones monumentales y delirantes fantasías»; «copia frases que no comprende»; «confunde velocidad y aceleración»; «salto abrupto de las matemáticas a la política»; etc. Ninguno de los autores estudiados escapa a la censura, en ocasiones, de una elementalidad escolar.
Lo más paradójico de los postmodernistas ahora revistados es su pretensión de «izquierdismo». Desde la Ilustración, se venía acusando a la derecha política de conservatismo y tradicionalismo dogmáticos, mientras que los autodenominados progresistas (liberales y otros) decían enarbolar la bandera del racionalismo. Pero, como demuestran Sokal y Bricmont, el postmodernismo es un irracionalismo con figuras carismáticas, textos fundamentalistas, desprecio del método científico, negación de la universalidad lógica y de la realidad cognoscible, reivindicación de mitos y culturas exóticas, e historificación de todo, incluso del patrimonio esencial de las ciencias. Efectivamente, el postmodernismo se presenta como una especie de revelación laica, una cábala con incrustaciones algorítmicas.
El juego del físico Sokal resulta serio.
viernes, 17 de abril de 2009
La resolución de las revoluciones [científicas]
por Thomas Samuel Kuhn
fragmento del libro La Estructura de las Revoluciones Científicas
Puesto que los nuevos paradigmas nacen de los antiguos, incorporan ordinariamente gran parte del vocabulario y de los aparatos, tanto conceptuales como de manipulación, que previamente empleó el paradigma tradicional. Pero es raro que empleen exactamente del modo tradicional a esos elementos que han tomado prestados. En el nuevo paradigma, los términos, los conceptos y los experimentos antiguos entran en relaciones diferentes unos con otros. El resultado inevitable es lo que debemos llamar, aunque el término no sea absolutamente correcto, un malentendido entre las dos escuelas en competencia. El profano que fruncía el ceño ante la teoría general de la relatividad de Einstein, debido a que el espacio no podía ser "curvo" —no era exactamente eso—, no estaba simplemente equivocado o engañado. Tampoco los matemáticos, los físicos y los filósofos que trataron de desarrollar una versión euclideana de la teoría de Einstein. Lo que anteriormente se entendía por espacio, era necesariamente plano, homogéneo, isotrópico y no afectado por la presencia de la materia. De no ser así, la física de Newton no hubiera dado resultado. Para llevar a cabo la transición al universo de Einstein, todo el conjunto conceptual cuyas ramificaciones son el espacio, el tiempo, la materia, la fuerza, etc., tenía que cambiarse y establecerse nuevamente sobre el conjunto de la naturaleza. Sólo los hombres que habían sufrido juntos o no habían logrado sufrir esa transformación serían capaces de descubrir precisamente en qué estaban o no de acuerdo. La comunicación a través de la línea de división revolucionaria es inevitablemente parcial. Por ejemplo, tómese en consideración a los hombres que llamaron loco a Copérnico porque proclamó que la Tierra se movía. No estaban tampoco simple o completamente equivocados. Parte de lo que entendían por 'Tierra' era una posición fija. Por lo menos, su tierra no podía moverse. De la misma manera, la innovación de Copérnico no fue sólo mover la Tierra; por el contrario, fue un modo completamente nuevo de ver los problemas de la física y de la astronomía, que necesariamente cambiaba el significado de 'Tierra' y de 'movimiento'. Sin esos cambios, el concepto de que la Tierra se movía era una locura. Por otra parte, una vez llevados a cabo y comprendidos, tanto Descartes como Huyghens comprendieron que el movimiento de la Tierra era una cuestión que carecía de contenido para la ciencia.
Estos ejemplos señalan hacia el tercero y más fundamental de los aspectos de la inconmensurabilidad de los paradigmas en competencia. En un sentido que soy incapaz de explicar de manera más completa, quienes proponen los paradigmas en competencia practican sus profesiones en mundos diferentes. Unos contienen cuerpos forzados que caen lentamente y otros péndulos que repiten sus movimientos una y otra vez. En un caso, las soluciones son compuestos, en otro, mezclas. Uno se encuentra inserto en una matriz plana del espacio, el otro en una curva. Al practicar sus profesiones en mundos diferentes, los dos grupos de científicos ven cosas diferentes cuando miran en la misma dirección desde el mismo punto. Nuevamente, esto no quiere decir que pueden ver lo que deseen. Ambos miran al mundo y aquello a lo que miran no ha cambiado. Pero, en ciertos campos, ven cosas diferentes y las ven en relaciones distintas unas con otras. Es por eso por lo que una ley que ni siquiera puede ser establecida por demostración a un grupo de científicos, a veces puede parecerle a otro intuitivamente evidente. Por eso, asimismo, antes de que puedan esperar comunicarse plenamente, un grupo o el otro deben experimentar la conversión que hemos estado llamando cambio de paradigma. Precisamente porque es una transición entre inconmensurables, la transición entre paradigmas en competencia no puede llevarse a cabo paso a paso, forzada por la lógica y la experiencia neutral. Como el cambio de forma (Gestalt), debe tener lugar de una sola vez (aunque no necesariamente en un instante) o no ocurrir en absoluto. Entonces, ¿cómo llegan los científicos a hacer esta transposición? Parte de la respuesta es que con mucha frecuencia no la hacen. El copernicanismo obtuvo muy pocos adeptos durante casi un siglo después de la muerte de Copérnico. El trabajo de Newton no fue generalmente aceptado, sobre todo en la Europa continental, durante más de medio siglo después de la aparición de los Principia. Priestley nunca aceptó la teoría del oxígeno, ni Lord Kelvin la teoría electromagnética y así sucesivamente. Las dificultades de conversión han sido notadas con frecuencia por los científicos mismos. Darwin, en un pasaje particularmente perceptivo al final de su Origin of Species, escribió: "Aunque estoy plenamente convencido de la verdad de las opiniones expresadas en este volumen..., no espero convencer, de ninguna manera, a los naturalistas experimentados cuyas mentes están llenas de una multitud de hechos que, durante un transcurso muy grande de años, han visto desde un punto de vista directamente opuesto al mío... Pero miro con firmeza hacia el futuro, a los naturalistas nuevos y que están surgiendo, porque serán capaces de ver ambos lados de la cuestión con imparcialidad". Y Max Planck, pasando revista a su propia carrera en su Scientific Autobiography, escribió con tristeza que "una nueva verdad científica no triunfa por medio del convencimiento de sus oponentes, haciéndoles ver la luz, sino más bien porque dichos oponentes llegan a morir y crece una nueva generación que se familiariza con ella". Estos hechos y otros similares son demasiado comúnmente conocidos como para necesitar insistir en ellos. Pero sí necesitan ser reevaluados. En el pasado a menudo han sido considerados como indicación de que los científicos, debido a que son sólo seres humanos, no siempre pueden admitir sus errores, ni siquiera cuando se enfrentan a pruebas concretas. Yo más bien afirmaría que en estos temas no son pruebas ni errores los que están cuestionados. La transferencia de la aceptación de un paradigma a otro es una experiencia de conversión que no se puede forzar. La resistencia de toda una vida, sobre todo por parte de aquellos cuyas carreras fecundas los han hecho comprometerse con una tradición más antigua de ciencia normal, no es una violación de las normas científicas, sino un índice de la naturaleza de la investigación científica misma. La fuente de la resistencia reside en la seguridad de que el paradigma de mayor antigüedad finalmente resolverá todos sus problemas, y de que la naturaleza puede compelerse dentro de los marcos proporcionados por el paradigma. En épocas revolucionarias, inevitablemente esa seguridad se muestra como terca y tenaz, lo que en ocasiones incluso llega a ser. Pero es también algo más que eso. Esta misma seguridad es la que hace posible a una ciencia, normal o solucionadora de enigmas. Y es sólo a través de la ciencia normal como la comunidad profesional primeramente logra explotar el alcance potencial y la justeza del paradigma más antiguo y más tarde, aislar la aporía de cuyo estudio pueda surgir un nuevo paradigma.
No obstante, el pretender que la resistencia es inevitable y legítima y que el cambio de paradigma no puede justificarse por medio de pruebas, no quiere decir que no haya argumentos pertinentes o que no sea posible persuadir a los científicos de que cambien de manera de pensar. Aunque a veces se requiere de una generación para llevar a cabo el cambio, las comunidades científicas se han convertido una vez tras otra a los nuevos paradigmas. Además, esas conversiones no ocurren a pesar del hecho de que los científicos sean humanos, sino debido a que lo son. Aunque algunos científicos, sobre todo los más viejos y experimentados, puedan resistirse indefinidamente, la mayoría de ellos, en una u otra forma, podrán ser logrados. Las conversiones se producirán poco a poco hasta cuando, después de que los últimos en oponer resistencia mueran, toda la profesión se encuentre nuevamente practicando de acuerdo con un solo paradigma, aunque diferente. Debemos por consiguiente, inquirir cómo se induce a la conversión y cómo se encuentra resistencia.
¿Qué tipo de respuesta puede esperarse a esta pregunta? Tan sólo debido a que se refiere a técnicas de persuasión o a argumentos y contra argumentos en una situación en la que no puede haber pruebas, nuestra pregunta es nueva y exige un tipo de estudio que no ha sido emprendido antes. Debemos prepararnos para una inspección muy parcial e impresionante. Además, lo que ya se ha dicho se combina con el resultado de esta inspección para sugerir que, cuando se pregunta algo, más sobre la persuasión que sobre las pruebas, el problema de la naturaleza de la argumentación científica no tiene una respuesta única o uniforme. Los científicos individuales aceptan un nuevo paradigma por toda clase de razones y, habitualmente, por varias al mismo tiempo. Algunas de esas razones —por ejemplo, el culto al Sol que contribuyó a que Kepler se convirtiera en partidario de Copérnico— se encuentran enteramente fuera de la esfera aparente de la ciencia. Otras deben depender de idiosincrasias de autobiografía y personalidad. Incluso la nacionalidad o la reputación anterior del innovador y de sus maestros pueden a veces desempeñar un papel importante. Por tanto, en última instancia, debemos aprender a hacer esa pregunta de una manera diferente. No deberemos interesarnos por los argumentos que de hecho convierten a uno u otro individuo, sino más bien por el tipo de comunidad que siempre, tarde o temprano, se reforma como un grupo único.
fragmento del libro La Estructura de las Revoluciones Científicas
Puesto que los nuevos paradigmas nacen de los antiguos, incorporan ordinariamente gran parte del vocabulario y de los aparatos, tanto conceptuales como de manipulación, que previamente empleó el paradigma tradicional. Pero es raro que empleen exactamente del modo tradicional a esos elementos que han tomado prestados. En el nuevo paradigma, los términos, los conceptos y los experimentos antiguos entran en relaciones diferentes unos con otros. El resultado inevitable es lo que debemos llamar, aunque el término no sea absolutamente correcto, un malentendido entre las dos escuelas en competencia. El profano que fruncía el ceño ante la teoría general de la relatividad de Einstein, debido a que el espacio no podía ser "curvo" —no era exactamente eso—, no estaba simplemente equivocado o engañado. Tampoco los matemáticos, los físicos y los filósofos que trataron de desarrollar una versión euclideana de la teoría de Einstein. Lo que anteriormente se entendía por espacio, era necesariamente plano, homogéneo, isotrópico y no afectado por la presencia de la materia. De no ser así, la física de Newton no hubiera dado resultado. Para llevar a cabo la transición al universo de Einstein, todo el conjunto conceptual cuyas ramificaciones son el espacio, el tiempo, la materia, la fuerza, etc., tenía que cambiarse y establecerse nuevamente sobre el conjunto de la naturaleza. Sólo los hombres que habían sufrido juntos o no habían logrado sufrir esa transformación serían capaces de descubrir precisamente en qué estaban o no de acuerdo. La comunicación a través de la línea de división revolucionaria es inevitablemente parcial. Por ejemplo, tómese en consideración a los hombres que llamaron loco a Copérnico porque proclamó que la Tierra se movía. No estaban tampoco simple o completamente equivocados. Parte de lo que entendían por 'Tierra' era una posición fija. Por lo menos, su tierra no podía moverse. De la misma manera, la innovación de Copérnico no fue sólo mover la Tierra; por el contrario, fue un modo completamente nuevo de ver los problemas de la física y de la astronomía, que necesariamente cambiaba el significado de 'Tierra' y de 'movimiento'. Sin esos cambios, el concepto de que la Tierra se movía era una locura. Por otra parte, una vez llevados a cabo y comprendidos, tanto Descartes como Huyghens comprendieron que el movimiento de la Tierra era una cuestión que carecía de contenido para la ciencia.
Estos ejemplos señalan hacia el tercero y más fundamental de los aspectos de la inconmensurabilidad de los paradigmas en competencia. En un sentido que soy incapaz de explicar de manera más completa, quienes proponen los paradigmas en competencia practican sus profesiones en mundos diferentes. Unos contienen cuerpos forzados que caen lentamente y otros péndulos que repiten sus movimientos una y otra vez. En un caso, las soluciones son compuestos, en otro, mezclas. Uno se encuentra inserto en una matriz plana del espacio, el otro en una curva. Al practicar sus profesiones en mundos diferentes, los dos grupos de científicos ven cosas diferentes cuando miran en la misma dirección desde el mismo punto. Nuevamente, esto no quiere decir que pueden ver lo que deseen. Ambos miran al mundo y aquello a lo que miran no ha cambiado. Pero, en ciertos campos, ven cosas diferentes y las ven en relaciones distintas unas con otras. Es por eso por lo que una ley que ni siquiera puede ser establecida por demostración a un grupo de científicos, a veces puede parecerle a otro intuitivamente evidente. Por eso, asimismo, antes de que puedan esperar comunicarse plenamente, un grupo o el otro deben experimentar la conversión que hemos estado llamando cambio de paradigma. Precisamente porque es una transición entre inconmensurables, la transición entre paradigmas en competencia no puede llevarse a cabo paso a paso, forzada por la lógica y la experiencia neutral. Como el cambio de forma (Gestalt), debe tener lugar de una sola vez (aunque no necesariamente en un instante) o no ocurrir en absoluto. Entonces, ¿cómo llegan los científicos a hacer esta transposición? Parte de la respuesta es que con mucha frecuencia no la hacen. El copernicanismo obtuvo muy pocos adeptos durante casi un siglo después de la muerte de Copérnico. El trabajo de Newton no fue generalmente aceptado, sobre todo en la Europa continental, durante más de medio siglo después de la aparición de los Principia. Priestley nunca aceptó la teoría del oxígeno, ni Lord Kelvin la teoría electromagnética y así sucesivamente. Las dificultades de conversión han sido notadas con frecuencia por los científicos mismos. Darwin, en un pasaje particularmente perceptivo al final de su Origin of Species, escribió: "Aunque estoy plenamente convencido de la verdad de las opiniones expresadas en este volumen..., no espero convencer, de ninguna manera, a los naturalistas experimentados cuyas mentes están llenas de una multitud de hechos que, durante un transcurso muy grande de años, han visto desde un punto de vista directamente opuesto al mío... Pero miro con firmeza hacia el futuro, a los naturalistas nuevos y que están surgiendo, porque serán capaces de ver ambos lados de la cuestión con imparcialidad". Y Max Planck, pasando revista a su propia carrera en su Scientific Autobiography, escribió con tristeza que "una nueva verdad científica no triunfa por medio del convencimiento de sus oponentes, haciéndoles ver la luz, sino más bien porque dichos oponentes llegan a morir y crece una nueva generación que se familiariza con ella". Estos hechos y otros similares son demasiado comúnmente conocidos como para necesitar insistir en ellos. Pero sí necesitan ser reevaluados. En el pasado a menudo han sido considerados como indicación de que los científicos, debido a que son sólo seres humanos, no siempre pueden admitir sus errores, ni siquiera cuando se enfrentan a pruebas concretas. Yo más bien afirmaría que en estos temas no son pruebas ni errores los que están cuestionados. La transferencia de la aceptación de un paradigma a otro es una experiencia de conversión que no se puede forzar. La resistencia de toda una vida, sobre todo por parte de aquellos cuyas carreras fecundas los han hecho comprometerse con una tradición más antigua de ciencia normal, no es una violación de las normas científicas, sino un índice de la naturaleza de la investigación científica misma. La fuente de la resistencia reside en la seguridad de que el paradigma de mayor antigüedad finalmente resolverá todos sus problemas, y de que la naturaleza puede compelerse dentro de los marcos proporcionados por el paradigma. En épocas revolucionarias, inevitablemente esa seguridad se muestra como terca y tenaz, lo que en ocasiones incluso llega a ser. Pero es también algo más que eso. Esta misma seguridad es la que hace posible a una ciencia, normal o solucionadora de enigmas. Y es sólo a través de la ciencia normal como la comunidad profesional primeramente logra explotar el alcance potencial y la justeza del paradigma más antiguo y más tarde, aislar la aporía de cuyo estudio pueda surgir un nuevo paradigma.
No obstante, el pretender que la resistencia es inevitable y legítima y que el cambio de paradigma no puede justificarse por medio de pruebas, no quiere decir que no haya argumentos pertinentes o que no sea posible persuadir a los científicos de que cambien de manera de pensar. Aunque a veces se requiere de una generación para llevar a cabo el cambio, las comunidades científicas se han convertido una vez tras otra a los nuevos paradigmas. Además, esas conversiones no ocurren a pesar del hecho de que los científicos sean humanos, sino debido a que lo son. Aunque algunos científicos, sobre todo los más viejos y experimentados, puedan resistirse indefinidamente, la mayoría de ellos, en una u otra forma, podrán ser logrados. Las conversiones se producirán poco a poco hasta cuando, después de que los últimos en oponer resistencia mueran, toda la profesión se encuentre nuevamente practicando de acuerdo con un solo paradigma, aunque diferente. Debemos por consiguiente, inquirir cómo se induce a la conversión y cómo se encuentra resistencia.
¿Qué tipo de respuesta puede esperarse a esta pregunta? Tan sólo debido a que se refiere a técnicas de persuasión o a argumentos y contra argumentos en una situación en la que no puede haber pruebas, nuestra pregunta es nueva y exige un tipo de estudio que no ha sido emprendido antes. Debemos prepararnos para una inspección muy parcial e impresionante. Además, lo que ya se ha dicho se combina con el resultado de esta inspección para sugerir que, cuando se pregunta algo, más sobre la persuasión que sobre las pruebas, el problema de la naturaleza de la argumentación científica no tiene una respuesta única o uniforme. Los científicos individuales aceptan un nuevo paradigma por toda clase de razones y, habitualmente, por varias al mismo tiempo. Algunas de esas razones —por ejemplo, el culto al Sol que contribuyó a que Kepler se convirtiera en partidario de Copérnico— se encuentran enteramente fuera de la esfera aparente de la ciencia. Otras deben depender de idiosincrasias de autobiografía y personalidad. Incluso la nacionalidad o la reputación anterior del innovador y de sus maestros pueden a veces desempeñar un papel importante. Por tanto, en última instancia, debemos aprender a hacer esa pregunta de una manera diferente. No deberemos interesarnos por los argumentos que de hecho convierten a uno u otro individuo, sino más bien por el tipo de comunidad que siempre, tarde o temprano, se reforma como un grupo único.
Thomas Samuel Kuhn (EE.UU., 1922-1996) destacado epistemólogo estadounidense autor de The Structure of Scientific Revolutions (La estructura de las revoluciones científicas). Su pensamiento es deudor de las reflexiones de Alexandre Koyré, Jean Piaget, Benjamin Lee Whorf y Willard Van Orman Quine. Kuhn, además tenía una fuerte oposición a Karl Popper. Por su condición de historiador de la ciencia se ha interesado profundamente en el problema del cambio científico. Según Kuhn, éste es de carácter revolucionario, la ciencia no progresa por simple acumulación de conocimientos; las revoluciones científicas son momentos de desarrollo no acumulativo en los que un viejo paradigma es sustituido por otro distinto e incompatible con él.
lunes, 13 de abril de 2009
Poética del viento
por Óscar Wong
La memoria personal me lleva a los inicios de 1987, unos meses después del fallecimiento de mi esposa. Llegué a la costa una madrugada, con mis hijos muy pequeños, pegados a mí, aterrados por el viento que azotaba como un dragón voraz: volaban anuncios comerciales, desprendidos por los zarpazos enfurecidos de Long, el dragón de viento. Es una imagen que la tengo muy grabada. En la costa chiapaneca hay temporadas donde el aire azota muy fuerte, sobre todo en otoño. En mi infancia lo escuchaba en medio de la oscuridad, o desplazándose entre la lluvia huracanada. Es terrible ver a la naturaleza descargando su furor. El dragón, ese animal mítico para mis ancestros chinos, originalmente fue un tótem para los pescadores, el conde del viento o Fei Lian; para mí es un elemento substancial no sólo en mi poesía sino en la vida cotidiana. El viento me remite al hálito cósmico, al espíritu celestial, a los ocho trigramas que aparecen combinados en el I Ching de mis ancestros. Es esa dimensión donde se esparce la voz poética, donde surge la Luz.
Cuando se habla del viento, de inmediato pienso en las sábanas que llevan a Remedios la Bella en Cien años de soledad, de García Márquez, o bien a la caracola de Piggy, el gordito personaje de William Golding en El señor de las moscas, resonando no para convocar a una nueva asamblea, sino presagiando la desgracia, el final funesto que le aguarda. Percey B. Shelley tiene un poema, Ode to the West Wind, donde invoca y evoca esa energía, indómita, cósmica denominada viento, a veces como una trompeta profética, o como hojas resecas. Pienso en los libros de Bachelard, ligados al espacio, a la ensoñación, al agua y los sueños y, desde luego, estos elementos ligados al viento. Hay un cuento de Eraclio Zepeda, en Benzulul, llamado justamente Viento. Mi memoria no es muy clara al respecto, aunque de pronto recuerdo a Revueltas, a ese cuento, Dios en la tierra, donde el viento es sórdido, devastador, ardiente, definidor de la divinidad cuando pasa por la Tierra. En fin.
En ocasiones el viento es un espacio lírico, aunque obviamente sirve de contención: circunda a las cosas, las conjura; tiene alas luminosas, a veces sórdidas; reposa sobre el agua como caricia de ninfa, o de hada. Por algo asume diversidad de nombres: céfiro, aura, soplo, hálito, brisa, etc., etc., etc. También se conjunta con el fuego y devasta los bosques (otra imagen pavorosa de Chiapas, desde luego). Robert Graves recuerda las invocaciones de los druidas, en La canción de Amergin, manejada en La diosa blanca. La inspiración surge cuando el viento se desplaza entre los árboles, o se desliza caminando sobre el agua de los lagos. Es una influencia determinante en todas las culturas, tanto como fuerza primordial tanto como energía combinada con la tempestad. Los tornados en Norteamérica demuestran su poder devastador.
De alguna manera el viento es un soporte del mundo, rompe y corrompe, a veces purifica. Significa una fuerza primordial. Es el soplo de Morgana o el silbido de Melusina al metamorfosear su cuerpo un viernes por la noche. Su color, Azul Darío; su aroma, como un espléndido vino degustado por Berceo; su textura, verde cocodrilo, a la manera de Efraín Huerta, El Grande. Alguien habló ya de la Rosa de los vientos y los atenienses de la Torre de los vientos. En su primer sentido es vectorial, desde la segunda perspectiva, un contenedor, un hálito sutil que devasta y acaso petrifica.
Ignoro si haya una poética del viento. Y si la hay debió habilitarla Bachelard, o Dilthey. Desde mi particular punto de vista una poética del viento establecería íntimas relaciones con el agua, la tierra y el fuego; sería una materia como los sueños, parte de un paraíso inmemorial, religioso; el viento es esa voz poética que irrumpe en la realidad, para conjurarla o devastarla; es el hechizo de Merddin, la invocación de Taliesin para modificar a la naturaleza y asustar a los falsos bardos: la englynn cobrando existencia. Es la poesía misma, revelándose, develándose en esas combinaciones sonoras, llameantes en sus significados, que se perpetúan en un canto estremecedor. Es la firma para la paz de Efraín Huerta, transformando el entorno social, el destino del mundo, nuestro futuro. Revelación o conjuro, el viento es el Logos que a través de su sonoridad crea, construya, genera ámbitos novedosos y, por ende, el orbe cobra sentido. Un día estaré lúcido para teorizar sobre esta singular poética.
____________________________________________________________________
Óscar Wong: oscar_wong83@yahoo.com merddin48@yahoo.com.mx
Mi página Web: http://www.geocities.com/poetaoscarwong/
La memoria personal me lleva a los inicios de 1987, unos meses después del fallecimiento de mi esposa. Llegué a la costa una madrugada, con mis hijos muy pequeños, pegados a mí, aterrados por el viento que azotaba como un dragón voraz: volaban anuncios comerciales, desprendidos por los zarpazos enfurecidos de Long, el dragón de viento. Es una imagen que la tengo muy grabada. En la costa chiapaneca hay temporadas donde el aire azota muy fuerte, sobre todo en otoño. En mi infancia lo escuchaba en medio de la oscuridad, o desplazándose entre la lluvia huracanada. Es terrible ver a la naturaleza descargando su furor. El dragón, ese animal mítico para mis ancestros chinos, originalmente fue un tótem para los pescadores, el conde del viento o Fei Lian; para mí es un elemento substancial no sólo en mi poesía sino en la vida cotidiana. El viento me remite al hálito cósmico, al espíritu celestial, a los ocho trigramas que aparecen combinados en el I Ching de mis ancestros. Es esa dimensión donde se esparce la voz poética, donde surge la Luz.
Cuando se habla del viento, de inmediato pienso en las sábanas que llevan a Remedios la Bella en Cien años de soledad, de García Márquez, o bien a la caracola de Piggy, el gordito personaje de William Golding en El señor de las moscas, resonando no para convocar a una nueva asamblea, sino presagiando la desgracia, el final funesto que le aguarda. Percey B. Shelley tiene un poema, Ode to the West Wind, donde invoca y evoca esa energía, indómita, cósmica denominada viento, a veces como una trompeta profética, o como hojas resecas. Pienso en los libros de Bachelard, ligados al espacio, a la ensoñación, al agua y los sueños y, desde luego, estos elementos ligados al viento. Hay un cuento de Eraclio Zepeda, en Benzulul, llamado justamente Viento. Mi memoria no es muy clara al respecto, aunque de pronto recuerdo a Revueltas, a ese cuento, Dios en la tierra, donde el viento es sórdido, devastador, ardiente, definidor de la divinidad cuando pasa por la Tierra. En fin.
En ocasiones el viento es un espacio lírico, aunque obviamente sirve de contención: circunda a las cosas, las conjura; tiene alas luminosas, a veces sórdidas; reposa sobre el agua como caricia de ninfa, o de hada. Por algo asume diversidad de nombres: céfiro, aura, soplo, hálito, brisa, etc., etc., etc. También se conjunta con el fuego y devasta los bosques (otra imagen pavorosa de Chiapas, desde luego). Robert Graves recuerda las invocaciones de los druidas, en La canción de Amergin, manejada en La diosa blanca. La inspiración surge cuando el viento se desplaza entre los árboles, o se desliza caminando sobre el agua de los lagos. Es una influencia determinante en todas las culturas, tanto como fuerza primordial tanto como energía combinada con la tempestad. Los tornados en Norteamérica demuestran su poder devastador.
De alguna manera el viento es un soporte del mundo, rompe y corrompe, a veces purifica. Significa una fuerza primordial. Es el soplo de Morgana o el silbido de Melusina al metamorfosear su cuerpo un viernes por la noche. Su color, Azul Darío; su aroma, como un espléndido vino degustado por Berceo; su textura, verde cocodrilo, a la manera de Efraín Huerta, El Grande. Alguien habló ya de la Rosa de los vientos y los atenienses de la Torre de los vientos. En su primer sentido es vectorial, desde la segunda perspectiva, un contenedor, un hálito sutil que devasta y acaso petrifica.
Ignoro si haya una poética del viento. Y si la hay debió habilitarla Bachelard, o Dilthey. Desde mi particular punto de vista una poética del viento establecería íntimas relaciones con el agua, la tierra y el fuego; sería una materia como los sueños, parte de un paraíso inmemorial, religioso; el viento es esa voz poética que irrumpe en la realidad, para conjurarla o devastarla; es el hechizo de Merddin, la invocación de Taliesin para modificar a la naturaleza y asustar a los falsos bardos: la englynn cobrando existencia. Es la poesía misma, revelándose, develándose en esas combinaciones sonoras, llameantes en sus significados, que se perpetúan en un canto estremecedor. Es la firma para la paz de Efraín Huerta, transformando el entorno social, el destino del mundo, nuestro futuro. Revelación o conjuro, el viento es el Logos que a través de su sonoridad crea, construya, genera ámbitos novedosos y, por ende, el orbe cobra sentido. Un día estaré lúcido para teorizar sobre esta singular poética.
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Óscar Wong: oscar_wong83@yahoo.com merddin48@yahoo.com.mx
Mi página Web: http://www.geocities.com/poetaoscarwong/
Los Enemigos de Darwin
Publicado en Los Expedientes Occam
Los 150 años de la publicación de la obra fundamental de Darwin son también 150 años de debate, controversia y ataques por parte de ciertos sectores religiosos contra lo que la biología nos enseña.
La controversia vigente entre la visión religiosa de la vida y la explicación científica de su evolución era algo que Darwin esperaba, quizá no con la violencia que se dio. Cuatro días antes de que El origen de las especies por medio de la selección natural saliera a la venta, una reseña atacó a la obra por implicar que el hombre procedía de los monos, y por creer que el hombre “nació ayer y perecerá mañana”.
La idea de que las especies cambiaban al paso del tiempo estaba en ebullición en la primera mitad del siglo XIX. Ver, como Darwin, a las distintas especies de pinzones de las Galápagos, adaptadas a distintos nichos ecológicos y necesidades de la supervivencia, sugería que todos procedían de un ancestro común, y habían cambiado para adaptarse a distintos entornos.
La idea de la transmutación de las especies era rechazada por parte del estamento religioso y favorecida por los científicos. Pero aún podía ser aceptable en la visión religiosa. Leifchild, autor de la reseña contra Darwin, expresaba: ”¿Por qué construir otra teoría para excluir a la Deidad de los actos de creación renovados? ¿Por qué no admitir de una vez que las nuevas especies fueron introducidas por la energía Creadora del Omnipotente?”
Entonces, parte del enfrentamiento inicial no era la evolución en sí, sino que Darwin propusiera la selección natural como su motor y que afirmara que dicha selección natural actuaba sobre todos los seres vivos, incluido el ser humano. Pero las controversias e insatisfacciones sobre la obra del naturalista han cambiado a lo largo del tiempo. Hoy en día, el creacionismo religioso pone en duda la existencia misma de la evolución, además de debatir no el origen de las especies, sino el de la vida misma.
El debate disparado por la publicación del libro el 24 de noviembre de 1859 se animó con reseñas negativas no firmadas como la del Obispo de Oxford, Richard Wilberforce, o la que The Times publicaba apoyando a Darwin y cuyo autor no acreditado era Thomas H. Huxley, quien se ganaría el mote de “El Bulldog de Darwin” en un debate organizado por la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia en el que participaron tanto el obispo Wilberforce como Huxley. Los argumentos de Wilberforce terminaron preguntando si Darwin se consideraba descendiente de un mono por parte de su padre o de su madre. Thomas Huxley aprovechó la oportunidad y respondió que él no se avergonzaría de tener como ancestro a un mono, pero sí le avergonzaría verse conectado a un hombre utilizaba mal sus grandes talentos para tratar de ocultar la verdad. El golpe de efecto fue enorme.
La confrontación de ciertas visiones religiosas con los descubrimientos de Darwin ha tenido su más aguda expresión en los Estados Unidos, logrando, por ejemplo, que el estado de Tennessee prohibiera en 1925 enseñar que el hombre procede de animales inferiores. Como protesta, el profesor de instituo John Scopes se hizo arrestar por enseñar la evolución del hombre y fue juzgado en el “Juicio Scopes” o “Juicio de los Monos” de 1926, donde el fiscal y enemigo de la evolución William Jennings Bryant se enfrentó al defensor Clarence Darrow.
Darrow llamó a Bryant como “testigo experto de la defensa”, una acción legal sin precedentes, para que ilustrara al tribunal sobre la historicidad de la Biblia. El enfrentamiento favoreció a Darrow aunque, en última instancia, Scopes perdiera el juicio porque, claramente, había violado una ley. El efecto dramático del juicio sería profundo en los Estados Unidos, llegando a ser dramatizado en el teatro y el cine como Heredarás el viento, película donde Spencer Tracy hace el papel del sosías de Darrow y Frederic March interpreta a William Jennings Bryant.
En Estados Unidos, la guerra de algunos fundamentalistas contra la enseñanza de la evolución continúa con especial fuerza, y se puede decir que los movimientos creacionistas de distintos países y religiones obtienen su impulso, así sea para diferenciarse de ellos, de los creacionismos estadounidenses. En el extremo de éstos encontramos la idea de la Tierra Joven, que acepta la Biblia verbatim afirmando que el universo fue creado hace alrededor de 6.000 años, con lo cual se opone a la biología evolutiva y también a la física y la cosmología, la geología, la paleontología y otras disciplinas.
La forma más reciente y conocida de creacionismo es el llamado “Diseño inteligente”, que afirma que la evolución no está dirigida por leyes naturales, sino que es “evidente” que las especies y ciertos órganos han sido diseñados por una “fuerza” inteligente que no suelen llamar directamente Dios para intentar presentarse como una alternativa respetable. Surgió fundamentalmente como reacción a los tribunales estadounidenses cuando prohibieron la enseñanza de la creación según los relatos religiosos como si fueran ciencia.
Aunque la comunidad científica claramente define a estos intentos como pseudocientíficos, han logrado tener cierta relevancia en debates al interior de los consejos escolares que controlan los planes de estudios de modo autónomo en ciudades, distritos escolares, estados o provincias de los Estados Unidos, intentando expulsar de las aulas los conceptos esenciales de la biología evolutiva y sustituirlos por enseñanzas religiosas que quizás estarían mejor en los espacios de la casa y la iglesia.
En todo caso, el profundo significado de la labor de Charles Darwin sigue demostrándose por la intensidad del debate. Darwin demostró contundentemente que el universo viviente es tan ordenado, tan sujeto a leyes y tan comprensible por medio de la ciencia como el universo de la química y la física, y que el hombre es parte de ese universo viviente sin ningún privilegio. Los 150 años transcurridos desde la publicación de El origen de las especies no han hecho sino confirmar estos hechos. Si Galileo demostró que la Tierra no es el centro del universo, Darwin demostró que el hombre no es sino parte de un todo viviente. Algunos no perdonan todavía a ninguno de estos dos pilares del conocimiento.
Los 150 años de la publicación de la obra fundamental de Darwin son también 150 años de debate, controversia y ataques por parte de ciertos sectores religiosos contra lo que la biología nos enseña.
La controversia vigente entre la visión religiosa de la vida y la explicación científica de su evolución era algo que Darwin esperaba, quizá no con la violencia que se dio. Cuatro días antes de que El origen de las especies por medio de la selección natural saliera a la venta, una reseña atacó a la obra por implicar que el hombre procedía de los monos, y por creer que el hombre “nació ayer y perecerá mañana”.
La idea de que las especies cambiaban al paso del tiempo estaba en ebullición en la primera mitad del siglo XIX. Ver, como Darwin, a las distintas especies de pinzones de las Galápagos, adaptadas a distintos nichos ecológicos y necesidades de la supervivencia, sugería que todos procedían de un ancestro común, y habían cambiado para adaptarse a distintos entornos.
La idea de la transmutación de las especies era rechazada por parte del estamento religioso y favorecida por los científicos. Pero aún podía ser aceptable en la visión religiosa. Leifchild, autor de la reseña contra Darwin, expresaba: ”¿Por qué construir otra teoría para excluir a la Deidad de los actos de creación renovados? ¿Por qué no admitir de una vez que las nuevas especies fueron introducidas por la energía Creadora del Omnipotente?”
Entonces, parte del enfrentamiento inicial no era la evolución en sí, sino que Darwin propusiera la selección natural como su motor y que afirmara que dicha selección natural actuaba sobre todos los seres vivos, incluido el ser humano. Pero las controversias e insatisfacciones sobre la obra del naturalista han cambiado a lo largo del tiempo. Hoy en día, el creacionismo religioso pone en duda la existencia misma de la evolución, además de debatir no el origen de las especies, sino el de la vida misma.
El debate disparado por la publicación del libro el 24 de noviembre de 1859 se animó con reseñas negativas no firmadas como la del Obispo de Oxford, Richard Wilberforce, o la que The Times publicaba apoyando a Darwin y cuyo autor no acreditado era Thomas H. Huxley, quien se ganaría el mote de “El Bulldog de Darwin” en un debate organizado por la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia en el que participaron tanto el obispo Wilberforce como Huxley. Los argumentos de Wilberforce terminaron preguntando si Darwin se consideraba descendiente de un mono por parte de su padre o de su madre. Thomas Huxley aprovechó la oportunidad y respondió que él no se avergonzaría de tener como ancestro a un mono, pero sí le avergonzaría verse conectado a un hombre utilizaba mal sus grandes talentos para tratar de ocultar la verdad. El golpe de efecto fue enorme.
La confrontación de ciertas visiones religiosas con los descubrimientos de Darwin ha tenido su más aguda expresión en los Estados Unidos, logrando, por ejemplo, que el estado de Tennessee prohibiera en 1925 enseñar que el hombre procede de animales inferiores. Como protesta, el profesor de instituo John Scopes se hizo arrestar por enseñar la evolución del hombre y fue juzgado en el “Juicio Scopes” o “Juicio de los Monos” de 1926, donde el fiscal y enemigo de la evolución William Jennings Bryant se enfrentó al defensor Clarence Darrow.
Darrow llamó a Bryant como “testigo experto de la defensa”, una acción legal sin precedentes, para que ilustrara al tribunal sobre la historicidad de la Biblia. El enfrentamiento favoreció a Darrow aunque, en última instancia, Scopes perdiera el juicio porque, claramente, había violado una ley. El efecto dramático del juicio sería profundo en los Estados Unidos, llegando a ser dramatizado en el teatro y el cine como Heredarás el viento, película donde Spencer Tracy hace el papel del sosías de Darrow y Frederic March interpreta a William Jennings Bryant.
En Estados Unidos, la guerra de algunos fundamentalistas contra la enseñanza de la evolución continúa con especial fuerza, y se puede decir que los movimientos creacionistas de distintos países y religiones obtienen su impulso, así sea para diferenciarse de ellos, de los creacionismos estadounidenses. En el extremo de éstos encontramos la idea de la Tierra Joven, que acepta la Biblia verbatim afirmando que el universo fue creado hace alrededor de 6.000 años, con lo cual se opone a la biología evolutiva y también a la física y la cosmología, la geología, la paleontología y otras disciplinas.
La forma más reciente y conocida de creacionismo es el llamado “Diseño inteligente”, que afirma que la evolución no está dirigida por leyes naturales, sino que es “evidente” que las especies y ciertos órganos han sido diseñados por una “fuerza” inteligente que no suelen llamar directamente Dios para intentar presentarse como una alternativa respetable. Surgió fundamentalmente como reacción a los tribunales estadounidenses cuando prohibieron la enseñanza de la creación según los relatos religiosos como si fueran ciencia.
Aunque la comunidad científica claramente define a estos intentos como pseudocientíficos, han logrado tener cierta relevancia en debates al interior de los consejos escolares que controlan los planes de estudios de modo autónomo en ciudades, distritos escolares, estados o provincias de los Estados Unidos, intentando expulsar de las aulas los conceptos esenciales de la biología evolutiva y sustituirlos por enseñanzas religiosas que quizás estarían mejor en los espacios de la casa y la iglesia.
En todo caso, el profundo significado de la labor de Charles Darwin sigue demostrándose por la intensidad del debate. Darwin demostró contundentemente que el universo viviente es tan ordenado, tan sujeto a leyes y tan comprensible por medio de la ciencia como el universo de la química y la física, y que el hombre es parte de ese universo viviente sin ningún privilegio. Los 150 años transcurridos desde la publicación de El origen de las especies no han hecho sino confirmar estos hechos. Si Galileo demostró que la Tierra no es el centro del universo, Darwin demostró que el hombre no es sino parte de un todo viviente. Algunos no perdonan todavía a ninguno de estos dos pilares del conocimiento.
Otras religiones
El catolicismo evitó en general el enfrentamiento y guardó sus distancias respecto a Darwin, afirmando únicamente que el ser humano es una “creación especial” distinta del resto de los animales. Esta posición fue ratificada en 1996 por Juan Pablo II y el Vaticano sostiene que el creacionismo “no es ciencia”. Esta posición coincide curiosamente con la del judaísmo, que considera, en un breve resumen, que “si hay selección natural, es porque Dios la quiere”. Tanto en el mundo católico como en el judío, los adversarios de Darwin son una minoría.
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