domingo, 11 de octubre de 2009

¿Debe el arte imitar o regular la moral social?

por Julio Aguilar
cultura@eluniversal.com.mx


Organizaciones en defensa de los derechos de la niñez debaten sobre la sexualidad de los menores en las artes


No es uno de los mejores libros de Gabriel García Márquez pero ya es uno de los más polémicos. Desde su aparición en 2004, Memorias de mis putas tristes ha sido un libro que ha suscitado un gran debate pero no por motivos literarios sino por razones morales. Este relato, en el que un anciano decide celebrar sus 90 años pagando una noche de sexo con Delgadina, una adolescente de 14 años de la que termina por enamorarse, ha provocado una reacción pocas veces vista en México contra una obra literaria.


Desde 2004, la entonces diputada federal Angélica de la Peña, del Partido de la Revolución Democrática, convocó a boicotear la venta del libro durante un foro sobre explotación sexual infantil organizado por la Cámara de Diputados. Según la diputada, el libro escrito por el Premio Nobel de Literatura es una apología de los pederastas y de la explotación sexual infantil.

El llamado al boicot no prosperó y las críticas contra la novela de García Márquez bajaron de tono hasta que remontó el 5 de octubre pasado, cuando la activista Teresa Ulloa decidió presentar en Puebla una denuncia penal contra quien resulte responsable por el delito de apología de la prostitución infantil.

Ésa fue la reacción de Ulloa y de otras activistas ante la noticia de que el relato escrito por el Nobel sería adaptado al cine. La historia sería filmada por el director danés Henning Carlsen y el proyecto sería cofinanciado por el gobierno de Puebla. Ante la presión, hoy ese financiamiento público está cancelado y el rodaje se ha pospuesto; sin embargo, en algunos sectores continúa vivo el debate sobre la conveniencia de llevar el relato a al cine, sobre el contenido moral de Memoria de mis putas tristes e incluso sobre un supuesto compromiso que deben asumir los creadores para no incitar a conductas ilícitas.



Los peligros de la piel infantil

Este tipo de debates, de reciente aparición en Hispanoamérica, desde hace años es recurrente en otros ámbitos culturales, en particular en el mundo anglosajón. El repudio a la novela Lolita, de Vladimir Nabokov y a sus adaptaciones al cine quizá sean los casos más célebres, pero hay muchos más.

Justo cuando se inició en México la polémica sobre Memoria de mis putas tristes, estalló en Gran Bretaña la polémica por la exhibición del retrato de una niña desnuda en la Tate Modern Gallery de Londres. Después de recibir denuncias, Scotland Yard “sugirió” a la institución que retirara la foto incluida en la exposición Pop Life. La imagen tomada por Richard Prince reproduce una obra del fotógrafo de modas Garry Gross, quien en 1975 retrató a una niña llamada Brook Shields para la revista Sugar & Spice. Brook tenía diez años y desde entonces hacía carrera de la mano de su madre para convertirse en estrella.

La obra, que fue considera una “invitación a los pederastas”, despertó los fantasmas de una sociedad que a veces puede ser muy sensible ante la exhibición de imágenes de niños sexualizados, pero en otras ocasiones puede ser muy permisiva. Por ejemplo, cuando de nuevo Brook Shields, ya adolescente, posó para la célebre campaña de pantalones vaqueros “¿Sabes lo que hay entre mis Calvin y yo?, con imágenes de Richard Avedon. Si bien las fotografías fueron censuradas en varios lugares, el éxito de la campaña entre la gente de a pie fue rotundo.

Los mismos vientos soplan en países tan lejanos como Australia. Hace un año, la activista Hetty Johnston advertía en los medios de comunicación de su país: “Cuando el arte y la pornografía chocan, no debemos equivocarnos con los niños. Como está claro que algunos en el mundo de las artes son incapaces de hacerlo, nosotros debemos poner un hasta aquí y decir: esta es una zona prohibida”.

La razón del enojo de Johnston era la publicación del retrato de una niña desnuda en la portada de Art Monthly, una prestigiosa revista que circula en países anglosajones, cuya edición australiana se financia con fondos públicos.

La pequeña modelo fue retratada por su propia madre, la fotógrafa Polixeni Papapetrou, pero ése no fue un atenuante para que incluso Kevin Rudd, el Primer Ministro australiano, opinara: “No puedo tolerar esa cosa… Aquí estamos hablando de la inocencia de una pequeñita. Una criatura no puede responder por sí misma sobre si desea ser retratada de esa forma”.

En México, la aparición en años recientes de organizaciones en defensa de los derechos de la infancia que han hecho suyos el discurso y la teoría de los activistas europeos y estadounidenses, ha comenzado a poner en la agenda informativa los debates sobre la sexualidad de los menores tratada en las artes visuales y la literatura.



Si tuvieras 13 años…

“…La moda reciente nos viene del extraño caso del puritanismo gringo. Asombra que el país con la mayor producción de pornografía, de juguetes sexuales, el país donde nació el dark room de los bares gays, sea tan gazmoño en cuanto a la sexualidad adolescente y llegue a ejecutar actos abominables como la condena a una joven de 17 años que se la mamó a su amigo de 16”, comenta Luis González de Alba por correo electrónico, a propósito del tabú que se impone entre los adultos cuando se trata de hablar sobre la vida sexual de los menores de edad.

Echando mano de su formación como psicólogo, González de Alba ha reflexionado en artículos y ensayos sobre “la negación a decidir sobre el empleo del propio cuerpo” que la sociedad contemporánea impone a los niños y adolescentes. “Pero el asunto complicado es otro: no la sexualidad entre adolescentes, sino con adultos. Existen, y conozco de cerca varios casos, adolescentes a quienes les atraen sexualmente los adultos. Es un hecho”, dice el escritor y psicólogo, pero matiza: “Por el contrario, me parece criminal que un adulto, para conseguir una relación sexual con un menor, amenace o use de alguna forma su nivel social superior como adulto…”

Como novelista, González de Alba ha tratado la pedofilia en El sol de la tarde, una novela que expone incluso con mayor crudeza que Memoria de mis putas tristes la atracción sexual de un adulto hacia los adolescentes. Sin embargo, el libro no provocó críticas por el tema planteado cuando fue publicado en 2003 por Plaza & Janés. Por ironías de la vida, la mayor parte del tiraje al poco tiempo fue destruido no por su contenido transgresor sino porque la edición tenía cambios no autorizados por el autor.

¿El novelista hizo una apología de la pedofilia en aquel libro? Él mismo responde: “No es ninguna apología, sino la simple descripción de un personaje que, cuando un joven adulto le ofrece la posibilidad de una relación amorosa,dice con tristeza y sarcasmo: ‘Quisiera ser un homosexual normal… como tú… jeje…’ El conflicto se da en mi novela, muy claramente, con la exclamación: ‘¡Carajo! David, ¿por qué no tienes 13 años? ¡Estaría perdidamente enamorado de ti!’”

Para la investigadora Nashieli Ramírez, las obras de arte toman de la realidad costumbres que, en efecto, en el mundo real pueden considerarse como atentatorias contra los derechos de minorías, como los menores. Acepta que sólo son reelaboraciones pero, documentada en estudios sobre el tema, afirma que esas obras ayudan a continuar roles de masculinidad tradicionales, machistas, que reafirman una certeza de poder.

Sin embargo, la coordinadora de la organización Ririki Intervención Social de la Red por los Derechos de la Infancia en México, rechaza la censura de cualquier libro o película.

“Hace 20 años no habríamos tenido esta discusión. Es un avance, forma parte del crecimiento de la conciencia de la tolerancia en la sociedad y ante ello no debemos reaccionar con intolerancia. En todo caso se puede aprovechar el contenido de esas obras para crear conciencia sobre los problemas en el mundo real; con el mundo de la ficción no hay problema”, explica la activista y continúa: “Hay que tener claro que en el caso de Memoria de mis putas tristes lo que detonó el enojo fue que el financiamiento de la película iba a salir del gobierno de Puebla y eso era casi una burla, una provocación del gobernador. Además de que el debate sobre la pedofilia en su obra debe de haber sido difícil de comprender desde las referencias culturales de su generación, estoy segura de que el Nobel debió de haberse desconcertado con la reacción que provocó la participación del gobierno poblano en la película si él no sabía eso”.

“Finalmente, para decidir si leemos o no un libro como Memoria de mis putas tristes hay que recurrir al principio de elección. Si te molesta, no lo leas y no se lo recomiendes a tus hijos, pero la censura, nunca; eso va contra los principios de la tolerancia”, concluye la activista.

Para quienes, a raíz de este debate, han exigido que los creadores tienen el deber de asumir una posición moral en sus obras, González de Alba, un luchador social en el movimiento estudiantil del ‘68, que padeció el peso del autoritarismo con la cárcel, responde: “El único compromiso moral que siento al escribir es el de escribir lo mejor que puedo y no hacerme concesiones ni ahorrarme trabajos. Creo que la literatura toca precisamente esos conflictos entre la moral de una época y los conflictos personales: si la obra de García Márquez es apología de la paidofilia (prefiero “ai”, como se escribe en griego, y no “e”, como se pronuncia, porque suena muy feo en español) entonces debemos concluir, necesariamente, que Madame Bovary y Ana Karénina lo son del adulterio, Crimen y castigo, del homicidio con robo, y Edipo rey, del incesto con parricidio”.


Fuente: El Universal

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