Debería empezar hablando de Iker Jiménez, pero en lugar de eso, voy a empezar a hablando de una persona inteligente. Leon Lederman, Premio Nobel de Física en 1988 y director durante una década del Fermilab de Chicago, escribió un libro de divulgación científica titulado The God particle, traducido como “La partícula divina”, y publicado en el prestigioso sello editorial Crítica. Es un libro excelente (lo recomiendo encarecidamente) y recorre la historia de la física de partículas, la fascinante aventura de los hombres que han tratado de penetrar en los secretos de la materia, hasta la construcción de llamado “Modelo estándar” de partículas. Lederman trata con visión y humor el complejo mundo de los grandes aceleradores y la búsqueda del último eslabón de la materia, representado en un bosón predicho, pero aún no descubierto experimentalmente, esencial para completar el abigarrado puzzle del modelo estándar: el bosón de Higgs. Lederman no quería en un principio titular así su libro –The God particle- pero el editor, con buen olfato comercial, le sugirió que introdujera la palabra mágica (divina): God. Esta palabra es como un imán que atrae dólares en un país donde el lema nacional es In God we trust.
Lederman aceptó la sugerencia de su editor, pero introdujo un subtítulo: “If the Universe Is the Answer, What Is the Question? que podría traducirse como: “No hay pregunta. El universo es la respuesta”. O, más libremente: “No hay pregunta antes del universo. Olvídense de Dios”. (Podría ser un buen anuncio de autobús). Y mira por dónde, estos buhoneros de misterios que son capaces de arrancar pelos a una calavera para hacer un felpudo, se han sacado ahora de la manga que el bosón de Higgs, que promete descubrir el faraónico Gran Colisionador de Hadrones (LHC) construido en el CERN, es nada menos que Dios, el origen del universo. Me refiero, cómo no, a la penúltima soplapollez de Iker Jiménez en Cuarto Milenio. Siento mentar el nombre, pero ya tocaba…
Todo esto no es un hecho aislado: hace ya unos cuantos años que una nueva religión que se nutre de la física cuántica está haciéndose muy fuerte en Estados Unidos, y se exporta a través de best sellers como “El secreto” y de filmes documentales como ¿Y tú qué sabes? (primera y segunda parte). Plantea una nueva forma de entender la materia, en la que el microcosmos y el macrocosmos se funden en una sola dimensión espiritual, una Conciencia cósmica, y donde toda la realidad, física y psíquica, está interconectada, más allá de cualquier barrera espacial y temporal (¿alguien ha entendido algo de esto último?). De ahí dan un salto cuántico a los poderes de la mente, como una manifestación natural de esta continuidad entre la realidad física y psíquica. Ahí es nada.
Unos pocos científicos, y algunos filósofos y divulgadores de la ciencia (Brian Josephson, Ervin László, Fritjof Capra, Rupert Sheldrake, Ken Wilber, etc) se han pasado a las filas de este Nuevo Paradigma, que no se vende como esoterismo New Age, sino como ciencia pura y dura. Tiene algunos nombres alternativos, como física de la Conciencia, y Física del Tao. Sus defensores se basan en algunos fenómenos cuánticos muy paradójicos, como la No-localidad de las partículas o la dualidad partícula-onda, la indeterminación entre la energía y el tiempo y la supuesta interconexión de la información a nivel cuántico. Aglutina viejos conceptos de religiones orientales, con teorías adulteradas de mecánica cuántica. Sostiene que la mente crea la realidad, y que en el primer eslabón de la materia (llámese bosón de Higgs o Caca Cósmica Primordial) está la energía concentrada que originó el universo, es decir, Dios. Oh, my God!
Este Nuevo Paradigma, como digo, se está difundiendo a gran velocidad por occidente, a través de maestros espirituales y autores de best-seller espirituales, y está calando con fuerza en una población que busca alternativas a las religiones oficiales, desengañada de los preceptos obsoletos de la Iglesia, y que ansía una forma de entender la espiritualidad que no esté reñida con la ciencia.
Tuve oportunidad de hablar sobre todo esto en la promoción de mi última novela, El corazón de la materia, que trata sobre la búsqueda científica de las realidades psíquicas y los llamados “fenómenos Psi”. Recuerdo que durante la gira me invitaron a un programa de RNE que comenzaba a la una de la madrugada, donde los oyentes podían participar y hacernos llegar sus reflexiones. Tratándose un programa de noctámbulos y para más inri, a micrófono abierto, comencé a escuchar todo tipo de comentarios de oyentes influidos por libros de espiritualidad y mística cuántica, como El Tao de la física, que empezaban con la carta astral, seguían con la meditación trascendental y terminaban con los enigmas de las partículas, en un pupurrí delirante. Recuerdo que, tras escuchar más de diez minutos de estas monsergas, me cabreé y dije que no había Tao de la física ni leches en vinagre, y los oyentes se enfadaron y me llamaron ignorante y cosas parecidas, y al final, yo que había asistido a promocionar un poco mi novela, me encontré con que nadie quería oír comentarios escépticos, sino que querían espiritualidad, misticismo cuántico, materia oscura, interconectividad, diseño inteligente, percepción extrasensorial y psicocháchara. Total, que salí bien breado de la experiencia, y comprendí que los escépticos nunca venderíamos nada que nadie quisiera comprar, por lo menos en un quiosco.
Fuente: En buena lógica
Ignacio García-Valiño (Zaragoza, 1968) es novelista y psicólogo. Ha publicado siete novelas: 'La irresistible nariz de Verónica' (1995; Premio José María de Pereda), 'Urías y el rey David' (1997); 'La caricia del escorpión' (1998; finalista del Premio Nadal), 'Una cosa es el silencio' (1999), 'Las dos muertes de Sócrates (2003), 'Querido Caín' (2006; finalista del V Premio de Novela Ciudad de Torrevieja) y 'El corazón de la materia' (2008).
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