Los prejuicios sobre la homosexualidad, no todos de origen religioso, se están viendo obligados a rendirse ante la evidencia científica de que no describen con precisión la realidad de un importante sector de la humanidad.
Algunas ideas sobre la homosexualidad están siendo víctimas de avances del conocimiento que quizá ayuden a quitar parte de la presión social sobre un colectivo que, pese a sus logros, sigue estando sometido a rechazo y escarnio por parte de algunos sectores de la población incluso en los países occidentales más avanzados.
La idea de que la homosexualidad era “antinatural” por tratarse de un comportamiento y una identidad sexual poco frecuentes (entre el 4 y el 10% de la población según diversos cálculos, ninguno de ellos demasiado fiables, es importante señalarlo) ha quedado obsoleta ante la abrumadora evidencia de que la homosexualidad también está presente en los animales en estado salvaje. Un estudio de 1999 del biólogo canadiense Bruce Bagermihl indica que se ha observado un comportamiento homosexual en casi 1.500 especies animales distintas, y está plenamente documentado y estudiado en unas 500 de ellas, como las jirafas, los bonobos o chimpancés enanos, cisnes negros, gaviotas, ánades reales, pingüinos, delfines del Amazonas, bisontes americanos, delfines mulares, elefantes (africanos y asiáticos), leones, corderos o macacos japoneses.
Es de notarse que todos estos animales viven en sociedades, es decir, son gregarios, y de ello algunos investigadores deducen que probablemente el sexo no sólo tiene un objetivo reproductivo, sino también puede cumplir otras funciones sociales.
La homosexualidad humana, en todo caso, es mucho menos frecuente que la de algunas de estas especies, pero no por ello es un fenómeno menos complejo que la heterosexualidad misma. En todo caso, establecido que es un hecho infrecuente pero perfectamente natural, los científicos han abordado el problema de si la homosexualidad está determinada por la genética, la fisiología, el medio ambiente o, como pretenden algunas organizaciones religiosas, es una decisión personal evitable o una “desviación” que puede revertirse o una enfermedad que puede “curarse”, como afirman distintas denominaciones religiosas.
Un estudio sueco de 2005 demostró que los hombres heterosexuales y los homosexuales responden de manera distinta al verse expuestos a ciertos aromas hormonales o feromonas que se considera que están implicados en la excitación sexual. Más aún, tanto en las mujeres heterosexuales y los hombres homosexuales se activa una zona del hipotálamo relacionada con la sexualidad al verse expuestos a una testosterona que se encuentra en el sudor masculino, mientras que esto no ocurre con los hombres heterosexuales. Éstos, por su parte, tienen esa misma reacción al exponerse a un compuesto similar al estrógeno que se encuentra en la orina de las mujeres.
Ésta ha sido una de las primeras demostraciones de que el cerebro homosexual y el heterosexual tienen diferencias funcionales y estructurales que se pueden medir más allá de los informes de los sujetos experimentales. En general, depender de lo que dicen los sujetos de la experimentación tiene muchos riesgos por la posibilidad de que tales sujetos alteren sus respuestas por motivos sociales, profesionales, personales o de otra índole. La utilización de escáneres cerebrales de distintos tipos, por su parte, estudia reacciones del cerebro que el sujeto no puede controlar ni alterar, y que demuestran que existen diferencias reales entre las personas homosexuales y las heterosexuales.
Poco después, una investigación del Dr. Simon LeVay estudio sobre el tamaño del grupo de neuronas de la parte anterior del hipotálamo llamadas INAH3, demostró que éste es significativamente menor en los hombres homosexuales y las mujeres heterosexuales. El experimentador, Simon LeVay, advertía en 1991 que no se sabía aún si esa diferencia era causa o consecuencia de la orientación y comportamiento homosexual, y que lo conducente era realizar más investigaciones en ese sentido.
La existencia de hechos biológicos relacionados estrechamente con la homosexualidad sustenta la hipótesis de que la homosexualidad no es una elección personal. Lo mismo se desprende de un estudio realizado en 2005 por Ivanka Savic y Per Lindström del Instituto del Cerebro de Estocolmo, que encontró similitudes en la respuesta emocional de hombres homosexuales y mujeres heterosexuales en la zona del cerebro conocida como amígdala cerebral. Más interesante resultaba que se encontraran similitudes de las mujeres homosexuales con los hombres heterosexuales en las mismas respuestas de la amígdala cerebral. En pocas palabras, al parecer el cerebro homosexual de un género funciona como el cerebro heterosexual del otro género, algo que no se explica fácilmente si no se tiene en cuenta que al menos una parte de la preferencia y comportamiento homosexuales tienen una base bioquímica y, probablemente, genética. El estudio de Savic y Lindström indicó además que la utilización de todo el cerebro también mostraba marcadas diferencias. Los hombres heterosexuales y las mujeres lesbianas hacen una utilización mayor de del hemisferio derecho del cerebro, la llamada lateralización, mientras que entre los hombres homosexuales y las mujeres heterosexuales ambos hemisferios son utilizados de modo más o menos equilibrado.
Se han encontrado correlaciones similares en otros aspectos de la conducta. Por ejemplo, los hombres homosexuales y las mujeres heterosexuales se desempeñan mejor que los hombres heterosexuales en pruebas verbales. Y tanto los hombres heterosexuales como las mujeres lesbianas tienen mejores habilidades de navegación que los hombres homosexuales y las mujeres heterosexuales.
Aún no sabemos si la homosexualidad es genética, o está totalmente determinada por la biología, pero sí es un aviso de que las valoraciones sociales, religiosas o morales no son la mejor forma de enfrentar un hecho como la homosexualidad. La homofobia, en cambio, es claramente un fenómeno social, muchas veces motivado por las creencias religiosas o el miedo a lo desconocido, cuando no a confusiones producto de la ignorancia que no tienen ningún sustento científico.
Ratas bisexuales
Una de las primeras diferencias encontradas en 1990 fue la de la estructura llamada núcleo supraquiasmático, el “reloj” de nuestro cerebro, que en los hombres homosexuales es del doble del tamaño que tiene en los hombres heterosexuales. Los experimentadores, más adelante, provocaron hormonalmente el mismo fenómeno en ratas en desarrollo y el resultado fueron ratas bisexuales, demostrando que al menos esta diferencia no dependía de la actividad sexual, sino de la acción de las hormonas sexuales en el cerebro en desarrollo.
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