Se prefiere muchísimo más la costumbre de la «psicología de los compartimientos», en la que un cajón ignora lo que el otro encierra. Me temo que de este estado de cosas no se ha de hacer responsable únicamente a la inconsciencia e impotencia del individuo considerado aisladamente, sino también a la educación anímica en general del europeo. Y esta educación no radica sólo en la competencia, sino también en esencia de las religiones dominantes; pues sólo éstas, frente a todos los sistemas racionalistas, se refieren al ser humano interior y exterior por igual. Se le puede reprochar al cristianismo un desarrollo retrasado si se quiere disculpar la propia insuficiencia.
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no hablo de la forma íntima y mejor de comprender el cristianismo, sino de la superficialidad y de la mala inteligencia tan evidentes para todos. La exigencia de la imitación de Cristo o sea, imitar el ejemplo y llegar a ser semejantes a éste, debiera tener como objetivo el desarrollo y la elevación del hombre interior; pero el creyente superficial, que tiende a las fórmulas mecánicas, ha hecho de Cristo un objeto de culto que está fuera del hombre, al que, precisamente por la veneración, se le impide penetrar en la profundidad del alma humana y crear la integridad correspondiente al modelo que sirve de ejemplo. De esta suerte, el mediador divino se queda en una imagen exterior, mientras que el ser humano continúa siendo un fragmento intacto en lo más profundo de su naturaleza. Sí, Cristo puede ser imitado hasta la estigmatización sin que el imitador se haya ajustado ni siquiera aproximadamente al modelo y el sentido de éste. Pues no se trata sólo de una imitación pura y simple, la cual deja sin transformar a la persona, con lo que se queda en un simple artificio.
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La concepción mal entendida y puramente exterior de la imitación de Cristo responde a un principio europeo que establece una diferencia entre las posturas occidental y oriental. El hombre occidental está fascinado por las «mil cosas»; las ve una a una, está apresado por el yo y las cosas y no tiene conciencia de las profundas raíces de su ser. En cambio, el ser humano oriental vive el mundo de las cosas individuales, incluso su yo es, para él, como un sueño y está enraizado esencialmente en la causa primitiva, la cual le atrae con tal fuerza que la relación del oriental con el mundo está relativizada en una forma incomprensible para nosotros con frecuencia. La postura occidental, basada en el objeto, tiende a que el modelo de Cristo se quede en su forma objetiva, privándole así de su misteriosa relación con el hombre interior.
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Con esto no se pretende decir nada sobre la validez de la postura occidental, estamos ya suficientemente convencidos en este aspecto. En cambio, si se procede al análisis del modo de ser oriental —que es precisamente lo que tiene que hacer la psicología— resulta difícil desprenderse de ciertas dudas. A quien la conciencia se lo permita, puede decidir de una manera violenta y de tal suerte, quizá sin proponérselo, alzarse a la categoría de arbiter mundi. Yo, por lo que a mi persona se refiere, prefiero el exquisito don de la duda, pues ésta deja intacta la virginidad de la manifestación inconmensurable.
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Fuente: JUNG Carl Gustav, Psicología y Alquimia, Plaza & Janes Editores, España, 1989
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