martes, 16 de junio de 2009

Presentación de Ágora, Verano 2009, en la Feria del Libro de Zacatecas

por Veremundo Carrillo Trujillo

Presentación dictada el sábado 13 de junio de 2009, en el marco de la Feria del Libro de Zacatecas, organizada por el Instituto Zacatecano de Cultura. En el evento fueron presentadas las revistas Arcilla Roja (num. 8) y Ágora (num. 5, verano 2009). Al evento asistieron: Jorge Vazquez y María Vazquez por Arcilla Roja, así como Veremundo Carrillo, Víctor Peralta y Adrián Franco, por Ágora.

Si algún sello presenta esta “Asamblea” de escritores, es el de la “posmodernidad”. Así lo señalan las primeras líneas: “El signo de nuestros tiempos posmodernos es la ansiedad de la búsqueda de lo novedoso. La posmodernidad abre caminos insospechadados para el individuo. Somos afortunados por vivir en esta época” (Mario Franco, p.1). Tras la muerte de Dios llega ahora, en el último tercio del soglo XX, la “muerte del hombre”. Trato de traducir para el ciudadano medio: Nietzsche constató, no deretó, la ausencia de Dios en la cultura del siglo XIX; Váttimo registró el fracaso del poder absoluto de la razón, de la ciencia y de la técnica en el mejoramiento de la raza humana. Después del desengaño o del fracaso, no sigue la frustración, sino la libertad y la emoción de la aventura. Al salir de una sesión de un congreso sobre Educación en el ITESO de Guadalajara, donde se analizaron estos conceptos, me topé con un camión urbano con una de esas sugestivas inscripciones populares, que adopté como lema filosófico: “No me sigas, que ando perdido”. Hoy, si no fueran tan costosos, se diría que los procesos políticos electorales serían saludables por su libertad de búsqueda. Posmodernidad, en suma, más que caos, es búsqueda y posibilidad. En suma, responsabilidad. Creo encontrar esa nota en la variedad de esta revista.



Edgar Adolfo García Encina (Spérmata Alezeia, p.3), entre sus semillas de verdades, testifica el desaliento de la imposición del mercado como criterio estético. Ya Gabriel García Márquez había marcado la diferencia entre el éxito editorial (el suyo), y el éxito literario (el de Juan Rulfo). El artista debe liberarse de esta moda mercantil, y, sin dejar de ser de este mundo, ha de reencontrarse, desalinearse, liberarse. Solo así liberará.

Los poemas de Salvador Lira (p.5) y Miguel Mouriño (p.7-9) gozan la libertad, pero no rehúyen el compromiso. Lira penetra la totalidad en un ópeo de Velázquez: “Lo callas, lo ves, existe”. Mouriño desenvuelve la imagen y sus exigencias: “Nosotros somos los dueños de la noche / los no tiempo / los no agua / los no viento / los no hombres”. (Me recuerda un poema mío: “¡Vengan al ver al hombre de humo! Sin derecha ni izquierda, sin veneno en la voz / sin puñales en los ojos” (Paraíso).

Alejandro García, más poético que expositivo, no disimula la emoción tras el embozo: “Mujer triste en mí, mujer envuelta en sábanas, en mí” (p. 7). Para lanzarse definitivamente a lo trascendente y lapidario: “Hoy vuelvo a constatar que morir es involuntariamente fácil, casi proporcional a la facultad de vivir” (p. 6).



Oscar Wong nos remite, a propósito de la lectura de una novela, al realismo mágico y a sus inevitables conexiones con Gago y carmencito Macondo, que entraron ya en el mapa de lo inmortal, junto con Cervantes y La Mancha, Dulcinea y El Toboso. Da el ensayista una definición del realismo mágico: “ingredientes de fantasía y misterio para generar nuevos mitos a fin de zafarse de la modorra costumbrista y convertirse en un instrumento de múltiples registros.” (p. 10).


Muy a tiempo le llega a Mario Benedetti la carta de Andrea González, al lugar y al estado en los que, como soñó Isaías, Yahvé quitó el manto de luto que cubría los montes: “Yo no lloraría, me dije: Yo no iba a poner moños negros en los marcos de las puertas” (p. 12 ). Pero sí espera que las nubes declamen versos del uruguayo.

Andrés Briseño convoca al Diablo más Diablo, no al repulsivo chivo-gallo de dientes de oro, sino el atractivo: el/la ojiverde de Pérez Reverte, el besucón de Bernanós, el elegante de Byron. “Soy el Diablo, me dijo, y yo le vi una cara tan tierna, tan para quererse, que tuve miedo” (p. 13).

Adrián Franco, el convocante de esta Ágora o “Plaza Pública”, sienta plaza una vez más, con su voz seria, profunda, sugerente y convincente: “Es aquí donde vale la pena preguntarnos qué tan cierto es lo antiguo, y si sólo por antiguo ha de denominarse sacro”. Esta es la ruptura, la libertad creativa, la posmodernidad, cerrando el círculo de la plaza o el momento de la asamblea.

Sólo quedan las voces circundantes que resuenan en el eco de nuestra lengua, con mitos y pronósticos climatológicos: Pratkanis, Applied Optics.

Este es el presente ejemplar de la revista. Esta es la plaza, esta es la asamblea. Hay que caminar, hay que ver, hay que oír…



Zacatecas, Zac., 13 de junio de 2009.





Dr. Veremundo Carrillo Trujillo
(Tepetongo, Zacatecas). Es poeta y escritor. Hizo estudios de Humanidades en Montezuma, Nuevo México, EEUU. Doctorado en Filología Clásica en Salamanca, España. Fundador y primer director de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Ha escrito libros como: Barro que Suena a Plata, antología de literatura zacatecana, Máscaras de Piel de Hombre, La Décima Luna, Antología poética 2003, entre otros. Actualmente es presidente de la Asociación de Estudios Clásicos y Medievales, y de la Asociación Amigos del Patrimonio Zacatecano. Es también subdirector de Enseñanza del Instituto Zacatecano de Cultura.


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