miércoles, 22 de abril de 2009

Imposturas Intelectuales

por Gonzalo Fernández de la Mora
publicado en Razón Española

Alan Sokal, profesor de Física en la Universidad de Nueva York, envió a la revista norteamericana «Social Text» un extenso artículo titulado Transgresión de fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravitación cuántica, que fue acogido por el editor con entusiasmo y publicado en un número especial, el 46-47. Dicho trabajo, de tres decenas de páginas y 108 notas, se acompañaba de una bibliografía donde eran citados 218 títulos filosóficos y físico-matemáticos que incluían, además de Einstein, Bohr, Heisenberg, Gödel, Russell y otras eminencias, a ensayistas de moda como Derrida, o Lacan. El trabajo, de muy densa erudición políglota, estaba ilustrado con textos científicos y alguna ecuación. La intención era declarar anticuado y superado el postulado de la existencia de un mundo real exterior, y afirmar que la realidad es una construcción lingüística. En consecuencia, el autor sostenía, por ejemplo, que el número p de Euclides y la constante gravitatoria de Newton no son universales, sino simplemente históricos.

Inmediatamente después, Sokal publicó en la estadounidense revista «Dissent» (núm. 43/4) un artículo titulado Transgresión de fronteras, un epílogo en el que confesaba que su anterior trabajo era una parodia de los pseudocientíficos, y detallaba los absurdos, contradicciones, logomaquias y falsedades en que irónicamente había incurrido. Esta palinodia produjo sensación y dió lugar, entre otras muchas reacciones, a la glosa de S. Weinberg La broma de Sokal en la prestigiosa revista «New York review of books» (núm. 43/15). Como la mayoría de los satirizados eran gurus franceses, la polémica se extendió a París donde el autor publicó el artículo Por qué he escrito mi parodia, pretexto para nuevos debates que aún continuan entre los devotos de los vapuleados.

Como ampliación de su polémica, Sokal, en colaboración con Jean Bricmont, profesor de Física en la Universidad de Lovaina, acaba de publicar el volumen Impostures intellectuelles (ed. Jacob, noviembre de 1997, París, 278 págs.) en donde presenta una crítica demoledora de Deleuze, Derrida, Irigaray, Lacan, Latour y Lyotard, entre otros, cuando para impresionar a sus lectores no iniciados, se aventuran en apelaciones a las ciencias exactas.

Los autores se limitan a desmontar textos supuestamente científicos; sólo muy tangencialmente aluden a cuestiones sociológicas o filosóficas porque no desean caer en el mismo intrusismo intelectual que denuncian, ni abdicar de su autoridad profesional como físicos. Declaran, en términos muy convincentes, que no les mueve pasión alguna pues son ajenos a las tensiones de escuela que sus criticados suscitan a causa de sus adhesiones ideológicas y políticas. El propósito es, única y exclusivamente, prevenir a los jóvenes estudiosos contra imposturas de moda.

En el libro hay dos clases de capítulos, los dedicados a la crítica y los de vulgarización científica sobre algunos de los grandes temas aludidos. Los primeros, aunque correctos, son de extraordinaria dureza y rotundidad. Los segundos, incrustados de referencias dialécticas, unen a la claridad el rigor.

Quizás el autor que sale peor parado de esta disección intelectual sea Jacques Lacan que intentó correlacionar las matemáticas y el psicoanálisis sin que los psiquiatras reconocieran valor clínico a sus especulaciones. Cuando Lacan utiliza expresiones como topología, conjuntos, campos, inercia, formalización, etc., el psicoanalista francés cae en el despropósito. El análisis de las «fórmulas de sexuación» lacanianas es aniquilador y los críticos concluyen que tales fórmulas no tienen ningún sentido matemático a pesar de la compleja apariencia de las ecuaciones presentadas.

Entre las perlas falsas que los autores encuentran en los mandarines postmodernistas, figuran: «la finitud demostrable de los espacios abiertos capaces de recubrir el espacio limitado, cerrado para la ocasión, del placer sexual» (Lacan); el masculino «órgano eréctil es igual a la raíz cuadrada de menos uno» (Lacan); «el Estado como conjunto de todos los conjuntos es una ficción que no puede existir» (J. Kristeva); «la única regla superviviente es que todo vale» (P. Feyerabend); «la ciencia del mundo occidental no es más que una en medio de las otras» (Feyerabend); «el amor es imposible para los que viven según el espíritu científico» (Feyerabend); «la ciencia manifiesta ciertas exclusiones y elecciones en función del sexo de los sabios» (L. Irigaray); «la ecuación de la relatividad eisnsteniana, E=Mc2, ¿no es una ecuación sexuada?» (Irigaray); «los combates contra los privilegiados de la economía o de la física son literalmente los mismos» (B. Latour); «el espacio de la guerra se ha convertido definitivamente en no euclidiano» (J. Baudrillard); «fuera de nuestro punto de vista particular el Universo no existe» (G. Deleuze); «el teorema de Gödel está próximo a la situación de los trabajadores inmigrantes» (A. Badiou); «la ciencia moderna no produce lo conocido, sino lo desconocido» (J.F. Lyotard); etc.

Las sentencias de los dos profesores sobre las excursiones supuestamente científicas de estos postmodernistas son condenatorias: «no quiere decir nada desde el punto de vista matemático», «esos enunciados matemáticos carecen de sentido», «confunde los números irracionales con los imaginarios», «fantasías que no desempeñan ninguna función» «analogías de lo más arbitrario que cabe imaginar», «párrafos vacíos», «el mensaje del libro es absurdo», «conceptos matemáticos improcedentes en el contexto», «su propia tesis se autorrefuta»; «sus conocimientos de lógica matemática son tan superficiales como sobre física», «errores en el análisis»; «palabras pseudocientíficas utilizadas al margen de su significación»; «discurso que oscila entre el dislate y la trivialidad»; «mitificación de conceptos matemáticos»; «carece de lógica»; «mezcla de confusiones monumentales y delirantes fantasías»; «copia frases que no comprende»; «confunde velocidad y aceleración»; «salto abrupto de las matemáticas a la política»; etc. Ninguno de los autores estudiados escapa a la censura, en ocasiones, de una elementalidad escolar.

Lo más paradójico de los postmodernistas ahora revistados es su pretensión de «izquierdismo». Desde la Ilustración, se venía acusando a la derecha política de conservatismo y tradicionalismo dogmáticos, mientras que los autodenominados progresistas (liberales y otros) decían enarbolar la bandera del racionalismo. Pero, como demuestran Sokal y Bricmont, el postmodernismo es un irracionalismo con figuras carismáticas, textos fundamentalistas, desprecio del método científico, negación de la universalidad lógica y de la realidad cognoscible, reivindicación de mitos y culturas exóticas, e historificación de todo, incluso del patrimonio esencial de las ciencias. Efectivamente, el postmodernismo se presenta como una especie de revelación laica, una cábala con incrustaciones algorítmicas.

El juego del físico Sokal resulta serio.

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