domingo, 25 de octubre de 2009

El TLCAN limitó el potencial de México

pr Ricardo Raphael


Turco de origen, Dani Rodrik es uno de los economistas más influyentes en la academia estadounidense. En la escuela John F. Kennedy de Harvard ha sido formador de muchos gobernantes latinoame ricanos.


Se asume a sí mismo como un pensador pragmático y combate el papel excesivo que las ideologías han jugado en nuestro continente a la hora de formular la política económica.

Acusa a los gobernantes de escudarse tras las faldas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional para eludir sus propias responsabilidades.

Señala a México, al igual que a Turquía, por haber sido países poco innovadores. Los encuentra perezosos por haber limitado su energía intelectual a integrarse, el primero en la región norteamericana y el segundo, en la Unión Europea.

Advierte también que el TLCAN no le será tan útil a los mexicanos para hacer avanzar su situación económica. Se trata de un mero acuerdo comercial sin demasiadas aspiraciones.

En los últimos 25 años nos creímos en México que había una sola ruta para lograr el crecimiento de nuestra economía. Fuimos muy disciplinados a la hora de seguir las recetas del Consenso de Washington y sin embargo, ahora nos encontramos con una de las tasas de crecimiento más pobres en América Latina. ¿Dónde nos equivocamos?

El Consenso de Washington fue inspirado por el deseo de conducir la política económica para que fuera amigable con el mercado. Y la idea no era mala pero en un gran número de países se implementó como un recetario muy rígido. Mientras tanto, dejó de prestarse suficiente atención a las soluciones locales que hubieran podido resolver de mejor manera los problemas. Ahora nos damos cuenta de que los países exitosos son aquellos que supieron mezclar virtuosamente los elementos del Consenso de Wa-shington, con innovaciones originales de política económica, basadas en la realidad local.

Para profundizar, ¿cuáles son las diferencias que se observan entre las políticas económicas seguidas por los países asiáticos y las de América Latina?

Precisamente, una diferencia interesante en la política económica de Asia es su pragmatismo. En cambio América Latina es muy ideológica. Creo que las discusiones sobre política económica latinoamericana tienden a gravitar entre un extremo y el otro: o estás a favor del mercado, o estás por la intervención del Estado. Y dependiendo del momento, una opción prevalece sobre la otra. Demasiada ideología es creer que si dejamos al mercado funcionar libremente todo va a estar bien; o lo contrario, que el mercado siempre falla y entonces lo que necesitamos es un Estado fuertemente regulador para corregir los problemas.

En Asia la discusión sobre política económica nunca es así. Frecuentemente se dice: “Tenemos un problema, ¿cómo lo resolvemos?” A veces van a dejar al mercado funcionar libremente, a veces van a preferir el control del Estado, y muchas veces van a tener los dos funcionando juntos. A un lado de ese pragmatismo está la voluntad de probar opciones diferentes. Como dice el proverbio chino: “mientras el gato atrape a los ratones, no importa cómo lo haga.”

La política industrial ha jugado un papel particularmente importante en Asia. ¿Usted sugeriría observar en México lo que hicieron los países asiáticos para relanzar la industria nacional?

Sí lo haría pero, otra vez, sin que se vuelva una nueva fórmula en la que, básicamente, ves lo que hizo Corea del Sur y tratas de hacer lo mismo. O lo que hizo Taiwán o China para imitarles.

Creo que la lección de Asia tiene que ver con un proceso pragmático de colaboración entre el gobierno y el sector privado. Contrariamente a lo que se cree en América Latina o en México, cuando el sector privado viene a pedir algo, la mayoría de las veces es por una buena razón y no sólo por asuntos relacionados con la corrupción o para buscar un beneficio particular.

La política industrial ha de ser una forma de ver las cosas, una perspectiva; no únicamente una serie de subvenciones, de intervenciones o de incentivos fiscales, todo eso puede resultar de esa perspectiva, siempre y cuando sepas lo que estás haciendo, y si esas políticas corresponden a objetivos precisos y claros, y previamente pactados.

A veces sólo necesitas cambiar la legislación, sin tener que sacar nada de dinero; a veces se requieren incentivos fiscales o subsidios. Obviamente el gobierno necesita tener la capacidad de distinguir entre el interés particular y los beneficios generales. Necesita de capacidad de discernimiento, pero creo que hoy la mayoría de los gobiernos la tienen.

En México, una buena parte de la población está convencida de que el FMI, el Banco Mundial y la OCDE terminan imponiendo un modelo económico rígido. ¿Qué respondería?

Creo que están en lo correcto, hasta en un cierto punto. El régimen internacional redujo progresivamente el espacio en el cual se podían buscar innovaciones institucionales, pero también hemos exagerado mucho la naturaleza de estas limitaciones.

Si dejamos de ver a esas grandes instituciones para concentrarnos en los inversionistas internacionales —en las empresas multinacionales o en los mercados financieros— terminaremos descubriendo que ninguno de ellos tiene ideología. Sólo creen en el éxito. Por tanto, su dinero va a dar donde se pueda ganar más. Hoy se va a Asia, porque Asia encontró una fórmula que está funcionando, y a estos inversionistas no les importa si se están haciendo las cosas de una manera económica poco ortodoxa.

Malasia, por ejemplo, en 1997 implementó un control estatal para impedir la fuga de capitales que se originó como producto de la crisis financiera asiática; el FMI dijo que se habían excluido solos de la economía mundial y todos los mercados financieros anunciaron que nunca jamás regresarían a Malasia. Cuando este país se recuperó, en parte gracias al control sobre los capitales, el dinero volvió a fluir a este país como si nada hubiera ocurrido.

Aunque el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o el Tesoro de EU tengan su propia ideología, los mercados internacionales no tienen ninguna. Por ello que aquellos países que hacen lo correcto pueden prosperar, siempre y cuando sean exitosos en lo que decidieron.

Creo que muchas veces son los políticos locales quienes se esconden detrás de las agencias o de las reglas internacionales. Lo hacen porque es una manera cómoda de evadir su responsabilidad, una manera de hacer las cosas con un mínimo de trabajo político en su país.

Porque es mucho más fácil hacer las cosas y luego justificarse diciendo que fue lo que el FMI obligó a que se hiciera, en lugar de construir un acuerdo social alrededor de una serie de soluciones más específicas.

Según yo, la razón por la cual el BM y el FMI, muchas de las veces parecen imponer el mismo tipo de soluciones es porque los gobiernos les devuelven la batuta diciendo “mejor dígannos ustedes qué hacer” Y cuando reciben esa solicitud, pues evidentemente las instituciones les dicen lo único que saben hacer.

¿Cree que la Unión Europea sigue siendo un modelo para enfrentar la incertidumbre y los problemas derivados de la globalización económica?

Lo que la Unión Europea está intentando hacer es construir algo así como los Estados Unidos de Europa, y si uno estudia la experiencia histórica de los Estados Unidos de América se da cuenta de cuánto tardó y qué tan difícil estuvo, y hasta fue necesaria una guerra civil muy sangrienta para lograr ese sentido compartido de lo que debían ser las reglas del juego para la nación entera.

¿Tal vez la Segunda Guerra Mundial fue esa gran guerra civil de Europa?

Tal vez y no hay que sorprenderse de que el camino sea tan difícil. Europa sigue siendo la parte del mundo que tiene la probabilidad más grande de construir una comunidad política original, al mismo tiempo que establece una zona económica integrada.

La única forma de lograr tener una economía completamente integrada es teniendo también una comunidad política que apoya dicho mercado económico regional. Por eso creo que es una visión coherente para el futuro, pero también van a haber muchas trabas en el camino.

Algunas voces han planteado que el TLCAN podría llevar a México hacia una unión similar con Canadá y EU. ¿Lo cree posible?

Es diferente porque toda esa infraestructura legal y política que la Unión Europea está intentando construir no está presente en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

Este último se limita a un simple acuerdo comercial con unas pocas extensiones en otros ámbitos, tales como servicios, inversión o medio ambiente.

La Unión Europea, en cambio, tiene toda una serie de reglas que rebasan las 100 mil páginas y siguen creciendo mientras estamos hablando.

Es un intento mayúsculo por crear toda esa infraestructura regulatoria y legal dentro de una economía regional.

No veo nada parecido en el contexto del TLCAN y eso lleva consecuencias desafortunadas. Las fuerzas de convergencia económica que se van a dar probablemente en la Unión Europea —donde las regiones atrasadas tienen mucho más potencial de alcanzar a las más avanzadas— no creo que vayan a operar de la misma manera para México dentro del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

Siendo usted de origen turco, ¿diría que naciones como Turquía o México, colocadas justo en medio entre el mundo desarrollado y el mundo en desarrollo, tienen alguna ventaja competitiva respecto a otras colocadas en la periferia?

De cierta forma estos dos países sí han podido aprovechar las ventajas de encontrarse cerca de los mayores centros económicos; Estados Unidos por una parte y la Unión Europea por otra. Y han tenido la perspectiva de recibir un acceso preferencial a ambos mercados, poseen además cierto grado de integración con esos poderes económicos mayores, y han aprovechado todas las ventajas que tal cosa implicaba.

Por otro lado, también han tenido todas las desventajas de estar demasiado cerca de estas áreas y eso llevó consigo una cierta pereza intelectual y política sobre el rango de las reformas y de las innovaciones institucionales que debían emprender.

Hoy en día, en Turquía toda la discusión sobre las reformas institucionales se limita a cómo adaptar a la Unión Europea todas las leyes y regulaciones propias. Y creo que desde hace mucho tiempo en México la cuestión de la reforma institucional se resume más o menos a lo mismo, a cómo integrarse convenientemente en América del Norte.

Usted ha analizado aquellas instituciones que no son estrictamente económicas y que también resultan importantes para el crecimiento. ¿Cuáles le parecerían fundamentales para ayudar a México en su desarrollo económico?

Una cosa que hemos aprendido sobre el funcionamiento de la economía de mercado es que requiere de muchas instituciones. La primera noción del capitalismo, la de Adam Smith, la visión que dominó el siglo XIX y la que siguen predicando hoy los libertarios (neoliberales), de que el mercado sólo necesita lo mínimo del Estado —un Estado que básicamente provea seguridad pública, defensa de los derechos de propiedad, y administre justicia— es insuficiente.

Los mercados no se crean solos, no se regulan, no se estabilizan y no se legitiman solos. Requieren de arreglos para estabilizar sus variables macroeconomicas, las monetarias y las fiscales. Y también necesitan de instituciones que otorguen confianza frente al funcionamiento del mercado: mecanismos de seguridad social, salud y educación, redes de solidaridad, transferencias sociales, las normas relativas al medio ambiente; y por supuesto, la democracia política que es una institución fundamental de legitimación para los marcados. Los mercados funcionan mejor cuando están integrados en todas esas instituciones.

Sin embargo, eso no significa que uno puede desarrollar estas instituciones de un día para otro; evidentemente no es posible. Creo que el ejemplo de China demuestra cómo se puede hacer de una manera progresiva y estratégica. Tampoco significa que esas instituciones tienen que tomar una forma particular, la que existe en EU, Suecia o China.


Fuente:
El Universal

ricardo.raphael@eluniversal.com.mx

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