sábado, 12 de abril de 2008

El Diablo

Café Literario

Figura mítica, imprescindible en la totalidad de las culturas del mundo: ¿puede considerársele como un ser ultraterreno, o más bien se trata de una representación metafórica de la dualidad imperante en nosotros mismos? Personaje despreciado y temido en la misma proporción, el concepto del Diablo que comúnmente conocemos pudiera parecer ni tan terrible ni tan congruente si le miramos a través de un filtro distinto al de la tradición religiosa. La historia narra que la gran insubordinación de Lucifer no consistió sólo en inconformarse con su propia naturaleza, sino que además tuvo el atrevimiento de proyectar su yo al mismo nivel que su creador. ¿Puede juzgarse a este acto como un derroche de soberbia? De acuerdo a la visión teológica la respuesta es sí, y conlleva en la penitencia la caída terrible del otrora ángel predilecto. Sin embargo, ¿cómo y dónde ubicar la delgada línea que diferencia el libre albedrío de la soberbia, o el afán de evolución de una inocua rivalidad? Si tomamos en consideración que Dios creó a Lucifer más virtuoso que a cualquier otro ser (o la “suma de todas las criaturas”, como lo define Dante), debemos reconocer también que quien se encuentra más cerca de la perfección es de manera proporcional más vulnerable a la soberbia. Al igual que el resto de los ángeles, a Lucifer le fue otorgado el don del libre albedrío a pesar de que éste sería la llave para pecar y caer de la gracia. Su superioridad individual fue, entonces, el motivo que dio paso a la soberbia, y la libertad de elección otorgada a él por su creador se convirtió en la condición natural que hizo posible la caída. Bajo esta premisa, ¿es razonable acusar a Lucifer de afirmarse igual al Padre sólo por tener libre albedrío, cuando esa libertad es precisamente en lo que consiste la similitud entre seres humanos, ángeles y Dios? Entre otras cosas, lo que Lucifer demostró con su actitud fue haber sido creado a imagen y semejanza de su creador, y resulta cuestionable llamar pecado a la acción de inconformarse con la propia naturaleza tal como la dispuso quien la diseñó. A los ángeles, como a los humanos, les fue concedida la libertad de elegir y de querer, y tal condición implica el derecho a elegir sobre sí mismos. Una libertad que sólo consiste en anhelar lo que el superior dispone no puede llamarse libertad. Esta clase de pensamiento adquiere sentido al recordar lo que Dios encarnado dijo a los hombres: “La verdad os hará libres”. Si Lucifer gozaba de la gracia divina, ¿no era entonces libre? Y si era plenamente libre, ¿cómo y contra qué pudo rebelarse?


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