sábado, 13 de septiembre de 2008

Los poemas son cartas que no se han mandado

por Manuel del Riego

Embebidos en sus escritos compartidos, los amigos la involucraban —ignorándola— a ella. Después de dos horas de lecturas, Manuel le preguntó:

M: Y tú amiga, ¿escribes?

L: ¿Cómo?

M: ¿Escribes, locuras así como éstas de nosotros?

L: ¡Ah sí!... —dijo, asintiendo con la cabeza también y con un gesto de “por supuesto” que he escrito — Yo también he escrito cartas… Pero ya las mandé.

M: Y, ¿no las conservas?

L: No, claro que no. Ustedes deberían enviarlas ya; las personas para quienes las escribieron necesitan saber lo que sienten por ellas.

Las miradas se cruzaron entre ellos, con una cierta dosis de desconcierto, sarcasmo, socarronería y burla, pero luego, se apoderó la cordura del momento. Discernimos y reflexionamos, con sensatez, la trascendencia y la lógica de las palabras de Lupita.

Y, ¿qué dirían la Mistral o la Sor Juana?... ¿Sabines, Díaz Mirón, Camino o los hermanos Machado, probablemente Neruda, Borges o nuestro Ramón? ¿Acaso ellos enviaron sus cartas convertidas en poemas? Pero ahora mis preguntas, ¿qué voy a hacer yo con las mías?

Las bohemias jerezanas son útiles porque en ellas se dice la poesía de los autores favoritos, compartiéndolas con quienes no las leen. Paradójicamente, los pueblos resumen a sus próceres, no los conocen, porque no los leen. Se llenan la boca con sus nombres pero sus ojos quedan vacíos de sus letras.

Mejor se habrían de gravar los escritos. O buscar en la elocuencia de la palabra hablada, transmitir lo que se piensa, lo que se siente. Por favor, teniendo cuidado de no engolar la voz, y con buena secuencia y entonación, buscar esas palabras, esas frases donde se haga la entonación y el énfasis que hagan llegar las palabras que se escriben con la sangre. Vestir la voz con la poesía para llevarla a los oídos como caricias, como la brisa de la tarde llega a refrescar el cuerpo sudoroso de trabajo.

Gravar las palabras que hacen despegar el vuelo a las mentes que las hayan escuchado. Esas palabras aladas que se lleven con ellas las mentes de quienes las han escuchado y ver yendo, sentir oyendo, lo vivido. Sólo veo un problema, ¿cómo sustituir la relectura? Esos pasajes, esas figuras literarias que nos hacen releerlas y volverlas a leer:
«en el corazón tenía la espina de una pasión, logré arrancármela un día, ya no siento el corazón… Aguda espina dorada, quién te pudiera sentir en el corazón clavada», Antonio Machado.


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Manuel del Riego Mexicano

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