jueves, 8 de enero de 2009

Lo inconsciente personal o lo inconsciente sobrepersonal o colectivo

por Carl Gustav Jung


Hemos visto que la libido ha buscado su nuevo objeto precisamente en aquellas fantasías aparentemente extravagantes y absurdas; es decir, en los contenidos del inconsciente colectivo. Como ya he dicho, la proyección inadvertida de las imágenes primordiales en el médico es un peligro no despreciable para el tratamiento ulterior. Porque esas imágenes contienen, no sólo lo más bello y grande que la humanidad ha pensado y sentido, sino también las peores vergüenzas y diabluras de que los hombres han sido capaces. Ahora bien, si el paciente no puede distinguir entre la personalidad del médico y esas proyecciones, se pierde toda posibilidad de comprensión, y la relación humana se hace imposible. Pero si el paciente logra salvar esa Caribdis, viene a caer en el Escila de la introyección de estas imágenes; es decir, atribuye sus cualidades no al médico, sino a sí mismo. Este peligro no es menos temible. En la proyección oscilaba el enfermo entre una divinización arrebatada y enfermiza y un desprecio rencoroso de su médico. En la introyección incurre en una ridícula divinización de sí mismo, o en una laceración moral de su propio Yo. El error que en ambos casos comete consiste en atribuirse personalmente los contenidos del inconsciente colectivo. Así se considera a sí mismo como dios y como diablo. Esta es la causa psicológica por la que los hombres necesitaron siempre de demonios y nunca pudieron vivir sin dioses, exceptuando algunos ejemplares, particularmente listos, del homo occidentales de ayer y de anteayer, superhombres, para quienes Dios ha muerto, porque ellos mismos se han hecho dioses, o más bien diosecillos racionalistas con cráneos de gruesas parees y corazones fríos. El concepto de Dios es una función psicológica, absolutamente necesaria, de naturaleza irracional, que no tiene nada que ver con la cuestión de la existencia de Dios. Pues a esta última cuestión, el entendimiento humano no puede contestar nunca; y mucho menos puede dar prueba alguna de Dios. Además, sería enteramente superflua semejante prueba; porque la idea de un ser divino todopoderoso se encuentra en todas partes, si no conscientemente, por lo menos inconsciente, porque es un arquetipo. Hay siempre algo en nuestra alma que tiene un poder superior. Si no es conscientemente un dios, es, por lo menos, el “vientre”, como dice san Pablo. Por eso considero más avisado reconocer conscientemente la idea de Dios, pues de lo contrario convertimos en Dios cualquier otra cosa, por lo general algo muy insuficiente y necio, fraguado, acaso, por una conciencia “ilustrada”. Nuestro entendimiento sabe ya de antiguo que no podemos concebir a Dios adecuadamente, y mucho menos aún representamos la forma en que realmente existe; del mismo modo que no podemos pensar un proceso que no esté condicionado causalmente. Teóricamente no puede haber contingencia; esto es claro de una vez para siempre. Y, sin embargo, en la vida práctica tropezamos constantemente con la contingencia. Así sucede también con la existencia de Dios: constituye definitivamente un problema imposible. Pero el común consenso de la gente habla de dioses desde hace muchos eones, y seguirá hablando de ellos durante otros muchos. Por bella y perfecta que el hombre pueda considerar su razón, ha de estar muy cierto también de que es solamente una de las posibles funciones espirituales, y corresponde solamente a una faceta de los fenómenos del mundo. En todas partes se encuentra lo irracional, lo discordante con la razón. Y este elemento irracional es también una función psicológica; es precisamente lo inconsciente colectivo, mientras que la función de la conciencia ha de tener la razón, para descubrir en el caos de los casos individuales desordenados del universo, un orden, y también para crearlo, por lo menos en la esfera humana. Poseemos la laudable y útil inclinación a exterminar el caos de lo irracional en nosotros y fuera de nosotros, Ese proceso lo hemos llevado, sin duda, bastante lejos. Un loco me dijo en una ocasión: “Doctor, esta noche he desinfectado el cielo con sublimado, y no he descubierto ningún dios”. Algo así nos ha sucedido a nosotros.


____________________________________________________________________
JUNG Carl Gustav, Lo Inconsciente en la Vida Psíquica Normal y Patológica, Ed. Losada, Argentina, 1988, pp. 87-89

No hay comentarios:

Publicar un comentario