sábado, 12 de abril de 2008

Acto de Amor

por Juan Carlos Berumen

¿Qué es el amor? Tan difícil resulta saberlo como explicárselo a Sheila y a Virgilio. Ella observaba con sumo cuidado la recámara, la mesita de esquina sobre la que se hallaba el teléfono, y un espejo de cuerpo entero que mudo, a su vez, contemplaba a Virgilio despojarse de sus ropas. Sheila, en tanto, desvió su atención hacia la curiosa estatuilla sobre el pequeño buró al lado de la cama. Se quedó pasmada; encontraba hermosa aquella habitación. Y cómo no sería así, si el amor le permitía descubrir la belleza de todas las cosas. Sheila amaba sin restricciones. Si se encontraba en ese lugar junto al cuerpo desnudo de Virgilio, era por amor.

Dos brazos fuertes tomaron a Sheila y la arrojaron sobre la cama. Ella accedió sin musitar. Quedó tendida boca abajo, sintió el cuerpo firme de Virgilio que se apoyaba lento sobre el de ella hasta acariciarle en cada milímetro. Sheila sintió una opresión en el pecho, como cuando pierdes a un ser querido. También sintió miedo, pero el amor que la había llevado hasta ese punto la inspiró a proseguir con el acto. Cerró los ojos, se le escapó una lágrima que murió en las sábanas del lecho que atestiguaría su acto de amor. El tiempo transcurrió a dos ritmos: lento para Sheila, ágil para Virgilio. Ella amaba con paciencia mientras él la poseía con pasión, hasta el instante en que el amor de ella se desbordó y la pasión de él no duró más.

Entonces el tiempo volvió a ser pausado. Sheila, sentada a la orilla de la cama, lloró junto al cuerpo tumbado de Virgilio mientras sentía la humedad cálida de las sábanas que poco a poco se llenaban de sangre. Deseó repetir el acto, pues aún percibía el sentimiento profundo de hallarse sobre el cuerpo de él, llena de la misma clase de amor que la orilló a tomar la estatuilla de mármol y golpear una y otra vez la cabeza de su amante, un amor que la hizo disfrutar el crujir del cráneo del mismo hombre que, tiempo atrás, arrebató la vida a su hijo de un año. Sí, se trataba del mismo amor que sentía por su pequeño, a quien vio morir tirada en el piso, golpeada y casi sin fuerza por las toscas manos de Virgilio, mientras él apretaba el cuello del niño hasta que la vida se le fue por la boquita.

Sheila siguió sentada, atónita, hasta que escuchó el timbre del teléfono de la mesita de esquina. Reaccionó, se secó las lágrimas, se puso de pie y se dirigió hacia el ring intermitente. Descolgó el auricular. La bocina dejó escapar tres palabras.

¿Ya lo hiciste?
contestó Sheila con voz firme.


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Juan Carlos Berumen (Jerez, Zac.) es Lic. en Educación Secundaria. Ha publicado artículos y poesía en periódicos y revistas locales. Actualmente es alumno del Taller de Creación Literaria del Instituto Jerezano de Cultura.

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