sábado, 12 de abril de 2008

El amor

Café Literario

¿Existe una diferencia significativa entre amar y ser amado? Bien puede tratarse de una diferencia diametral, pero sencilla de explicar. Amar no es una necesidad. Ser amado, en cambio, sí lo es. Necesitamos sentir que se nos quiere, se nos valora, se nos extraña, incluso que se nos necesita. Amar, sin embargo, puede fácilmente convertirse en la moneda de cambio para satisfacer ese tipo de necesidades recién mencionadas. Somos egoístas por naturaleza. De no serlo, quién sabe si nuestra especie hubiera subsistido. Actuamos (y amamos) por conveniencia, en beneficio propio. Aún cuando llevemos las mejores intenciones, nuestros actos repercuten de una u otra manera en el núcleo de nuestro ego. ¿En dónde radica entonces el punto de equilibrio entre el amor sincero e incondicional, y el amor que sólo sirve para subsanar nuestras cicatrices interiores? Es sencillo suponer que cualquier relación, ya sea casual, efímera, física, espiritual, ideológica, caprichosa o como quiera llamársele, funciona a la perfección durante la etapa del enamoramiento. Después viene la costumbre de estar juntos, y contrario a lo que comúnmente se cree acerca de que lo rutinario rompe con el encanto de una pareja, no es del todo la rutina, sino el riesgo lo que hace que las parejas se distancien, mental y físicamente. Abrir el corazón ante alguien más es una rara metáfora que bien puede ilustrarse de manera literal. Si alguien nos abriera por mitad el pecho sería para dos posibles propósitos: asesinarnos, o bien salvar nuestra vida al interior de un quirófano. Si abrir físicamente el corazón nos vuelve completamente vulnerables, lo mismo sucede en el amor: Amar equivale a arriesgarse. Al principio, mientras nos enamoramos, el riesgo vale la pena, puesto que lo único que apostamos son nuestras mejores aptitudes para ser dignos del amor de la otra persona. Enamorarse es perfecto, satisface a plenitud las necesidades del ego, y lo más importante: es un riesgo en igualdad de condiciones, tanto para él como para ella. La etapa del enamoramiento culmina en el instante en que la pareja ha terminado de arriesgarse a conocerse. En teoría, tan pronto como son plenamente vulnerables sin que eso les importe, debería comenzar la etapa de la mutua y plena aceptación. En la práctica, el riesgo suele prevalecer las más de las veces, pero a diferencia del riesgo experimentado durante el enamoramiento, este otro no es ni por mucho un riesgo placentero. La carta de presentación de nuestras mejores aptitudes se vuelve cosa pasada, y poco a poco vamos descubriendo el yo complementario de la persona a quien decimos amar. Enamorarse plenamente, y más aún, permanecer enamorado, consiste en el arte de aprender a ser vulnerables. ¿Y cómo es posible reconocer cuando hemos alcanzado ese estado interior? Cuando somos capaces de reconocer que no necesitamos de otros para poder amarnos a nosotros mismos.


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