sábado, 13 de septiembre de 2008

Año 1 | No. 2 | Verano 2008

por Adrián Franco

«¡Infortunio para quien ve solamente la máscara! ¡Infortunio para quien ve solamente lo que está oculto detrás de la máscara! La visión perfecta consiste en ver simultáneamente la máscara y detrás de ésta, el rostro abominable»
Nikos Kazantzakis
(1883-1957)

¿Somos libres para elegir, o estamos sujetos a la voluntad incontenible de la naturaleza, de dios o del destino? ¿Hacemos lo que queremos, o lo que debemos para ser libres? ¿Somos libres en el orden o en el caos? ¿Hacemos lo que pensamos, o lo que la costumbre dicta que pensemos? Físicas, morales, religiosas o espirituales, las ataduras del instinto corroen las venas del ánimo en el mosaico de lo cotidiano, y entonces la voluntad, como bestia metafísica lacerada a campo abierto, corre el riesgo de existir antes que ser: se impone, no se afirma, en la arena misteriosa de la psique, nido gestor de las potencias invisibles que en el fuero interno nos acechan.

Más allá de determinismos absolutos que niegan la libertad por tratarse meramente de un efecto consecuente de un sistema de causas, o un libertinaje que arrope la elección de una forma de actuar cualquiera, lo que denota en el ánimo del ser humano su plenitud de libre albedrío no es tanto el hábito de sus pasiones donde la sensación de vivir resulta más intensa, sino la ausencia de arrepentimiento derivada de la sumatoria de su toma de decisiones.

No se trata de sugerir que el grado de libertad individual sea directamente proporcional a la tasa promedio de nuestras elecciones satisfactorias. Podemos equivocarnos y aún así ejercer la libertad mediante la ausencia de arrepentimiento en tanto seamos concientes de nuestros motivos y las consecuencias que éstos conllevan: ser cautos antes que temerosos; ser plenamente conocedores antes que falsamente humildes para asumir, sin máscaras de por medio, la plena responsabilidad de nuestros actos.

El camino hacia la libertad se desprende así de máscaras, de pretextos, de costumbres morales que apuntan hacia la virtud de lo que en sí mismas consideran bueno, para ir en busca de una visión más amplia, más humana, ordenada en reglas nuevas, propias e individuales, para aprender a reconocer la verdad de una manera dura y a la vez honesta, para palpar la realidad sin resquemores, desde su lado más brillante, lo mismo que su perspectiva más oscura, profunda y desolada.

Porque no basta mirar sólo el sentido positivo y consolador de las cosas. Nuestra interacción con la realidad no puede basarse en información inconclusa, ni mucho menos errónea. Hacerlo nos conduciría inevitablemente a obtener resultados imprevisibles, sujetos de arrepentimiento. Las ideas en sí mismas son intangibles, inofensivas. La voluntad que ponemos en ellas es lo que desencadena un efecto real, liberador, ante nosotros y ante los demás.

Si todas nuestras acciones son en sí mismas precursoras de un beneficio o un daño, vale la pena entonces basar nuestras ideas y decisiones en información clara y sin complejos. Es verdad que no todos los efectos de nuestro libre albedrío derivarán siempre en algo bueno, pero habiéndole abordado desde sus ángulos de luz y sombra, estaremos ejerciendo la plenitud de nuestra libertad: Quien no tenga nada de qué arrepentirse, se habrá despojado de la máscara con que otros se esconden de las futuras consecuencias de sus actos.


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Adrián Franco (Cd. de México, 1976) Ingeniero y escritor. Ha publicado poesía y traducción en diversos medios impresos y electrónicos de México, e impartido talleres de creación literaria. Fundador del Grupo Cultural Ouroboros. Es editor de la revista Ágora.

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