sábado, 13 de septiembre de 2008

Nikos Kazantzakis (1887 - 1957)

por Adrián Franco

«
Tenemos el deber, más allá de nuestras preocupaciones personales, más allá de nuestros hábitos cómodos, de fijarnos uno bjetivo por sobre nosotros mismos, y esforzarnos por alcanzarlo, desdeñando las risas, el hambre y la muerte. No sólo alcanzarlo. Un alma altiva cuando alcanza su objetivo, lo desplaza aún más lejos. No alcanzarlo, sino no detenernos nunca en nuestra ascensión. Es el único medio de dar nobleza y unidad a la vida»
Nikos Kazantzakis
Carta al Greco (1961)

Para conocer en su justa dimensión la obra de un artista es preciso adentrarnos no sólo en la revisión objetiva y puntual de sus trabajos, sino también en el contexto de su vida como nutriente motivador para las raíces de su arte. La búsqueda de la concordancia entre lo expresado y lo vivido es, en gran medida, el elemento que arropa de un valor ajeno de la estética visual o auditiva al legado de aquellos hombres y mujeres cuya trascendencia parte de su visión particular del mundo, expresada a través de su obra, pero también reflejada en los cánones de su individualidad ética, social y espiritual. Sólo así podemos concebir al artista total: no como un prodigio que hace arte; más bien vive su arte.


Ejemplo innegable de la ascética intelectual es Nikos Kazantzakis. Nacido en 1883 en lo que era, bajo dominio Otomano, la ciudad de Megalokastro, hoy Iraklión, capital de Creta, a Kazantzakis se lo considera, con toda justicia, referente primordial de la cultura griega contemporánea, además de uno de los más grandes exponentes de la literatura universal. No obstante haber incursionado en una extraordinaria variedad de géneros que va desde la poesía hasta reseñas de viajes, se lo conoce más comúnmente por sus novelas. En 1957 Albert Camus, luego de haber recibido el premio Nobel, declaró que Kazantzakis merecía el premio “cien veces más que él”. Kazantzakis lo perdió por un voto de diferencia.


A pesar de lo amplio de su obra, gran parte de ésta no ha sido traducida aún al castellano. Sus títulos más conocidos, como consecuencia directa de sus respectivas adaptaciones cinematográficas, son Alexis Zorba, el Griego (1946) Cristo de Nuevo Crucificado (1954) y La Última Tentación (1955). Si bien en esta tríada no puede englobarse toda la obra de Kazantzakis, en su conjunto revela las grandes pasiones intelectuales y espirituales que el autor cinceló a lo largo de su vida como resultado de sus viajes, sus maestros y los momentos históricos que pudo atestiguar con la templanza de quien sabe distinguir el mal y el sufrimiento no como una postura partidaria en medio demovimientos y conflictos nacionalistas, sino como parte intrínseca de la esencia humana.


Es así como la lucha por la libertad se convierte en el eje primario de la filosofía literaria de Nikos Kazantzakis. Obligado a abandonar Creta desde muy joven a consecuencia de las constantes revueltas en oposición a la ocupación turca, jamás abandonó sus raíces griegas como componente básico de su obra. Pudiera decirse más bien que su herencia helenística compone los cimientos de una filosofía moderna plasmada a través de la literatura, profundamente influenciado por personajes europeos como Schoppenhauer, Nietzsche, Bergson (con quien estudió de 1907 a 1909 en el Colegio de Francia), así como por pensadores religiosos como Cristo y Buda, lo mismo que filósofos musulmanes, chinos y japoneses. Aunado al bagaje ideológico, su profundo conocimiento del inglés, alemán, francés, italiano y castellano le permitió profundizar en la obra de autores a quienes tradujo al griego moderno, como Homero, Platón, Dante, Shakespeare, Maquiavelo, Goethe, Dickens, Nietzsche, Bergson, William James, Verne, Cocteau, García Lorca, Machado, Jorge Zalamea, entre varios otros. El arco que cierra la esfera de su visión intelectual del mundo queda plasmado en la serie de viajes que realizó a lo largo de su vida como parte de su búsqueda de conocimiento de los pueblos y las culturas. Visitó Alemania, Austria, Bélgica, Checoslovaquia, España, Francia, Grecia, Italia, Holanda, Portugal, Suiza, la Unión Soviética, Yugoslavia, China, Japón, Palestina y Egipto. La única razón por la que no visitó el continente americano fue la negativa del gobierno griego a expedirle el pasaporte.

La grandeza de Kazantzakis estriba, entre otras razones, en haber sido capaz de trasladar la vastedad de su conocimiento y experiencias a lo más íntimo del ser humano, a una búsqueda por lo esencial antes que la fútil persecución de la lujuria social y política, y así acceder a la trascendencia de la liberación, mediante la lucha por un objetivo superior a la cotidianidad desprendida del carácter oscuro, indiferente, que atañe la derrota del espíritu del hombre. En 1952, en una carta escrita a su amigo Börge Knos, Kazantzakis explicaba:


«
El tema principal, casi único, de toda mi obra es: el combate del hombre con Dios, la lucha encarnizada del gusano que se llama hombre contra las fuerzas todopoderosas y tenebrosas que se encuentran en él y en torno de él; la obstinación, la lucha, la tenacidad de la pequeña chispa que trata de horadar y de vencer la inmensa Nada eterna; la lucha y la angustia por transformar las tinieblas en luz, la esclavitud en libertad. Inconscientemente, todo lo que yo escribí durante la ocupación nazi, fue sobre la libertad, la sed, el anhelo profundo de libertad: Prometeo, Zorba, Constantino Paleólogo, etc. Cuando los comuneros le preguntaron a Renoir qué hacía él durante la Comuna, contestó: Pintaba flores, pintaba la libertad».

Y es precisamente en esa libertad donde Kazantzakis concibe la coherencia armónica del ser humano, no en el terreno de las victorias geográficas ni ideológicas, sino en la arena de la carne y el espíritu, de la virtud ascética y el instinto primitivo, donde arde la llama de la conciencia y se gesta el grito de primacía del conocimiento, como plasmó en 1927, en Ascesis, Salvatores Dei:
«Un solo deseo me embarga: el de descubrir lo que se oculta tras lo visible, de horadar el misterio que me da la vida y me la quita, y de saber si una presencia invisible e inmutable se oculta más allá del flujo incesante del mundo». En Toda-Raba amplía esta línea de pensamiento: «No debemos amar a los hombres, sino a la llama que no es humana y que los hace arder. No debemos luchar por la humanidad, sino por la llama que transforma en fuego a esta paja húmeda, inquieta, ridícula, a la que llamamos Humanidad». Así como Nietzsche, para alcanzar el superhombre, se autodestruye para renacer como un hombre nuevo, Kazantzakis, a partir de la conquista de la libertad del espíritu, visualiza la construcción de un mundo diferente.

«Eso es la libertad. Tener una pasión, amontonar monedas de oro, y repentinamente dominar la pasión y arrojar el tesoro a todos los vientos. Librarse de una pasión para someterse a otra, más noble. Pero, ¿no es ésta, también una forma de esclavitud? ¿Brindarse en aras de una idea, de la raza, de Dios? ¿O es que cuanto más alto se halle el amo más se alarga la cuerda de nuestra esclavitud? Podremos así holgarnos y retozar en unas arenas más amplias y morir sin haber hallado el extremo de la cuerda. ¿Acaso sería eso lo que llamamos libertad?» Alexis Zorba, el Griego (1946).

En efecto, lo que Kazantzakis plasmó en su vida y obra fue la conquista de una libertad interior, instrospectiva, no fundada en el temor a lo divino ni en la esperanza moral compensatoria. Antes de morir, en 1957, escribió su epitafio:
«¡No espero nada, no temo nada, soy libre!»


____________________________________________________________________
Adrián Franco (Cd. de México, 1976) Ingeniero y escritor. Ha publicado poesía y traducción en diversos medios impresos y electrónicos de México, e impartido talleres de creación literaria. Fundador del Grupo Cultural Ouroboros. Es editor de la revista Ágora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario