sábado, 13 de septiembre de 2008

Mujeres persas, mujeres francesas o simples féminas actuales

por Susana Rodríguez Landeros

Desde la jerarquización social en los primeros grupos tribales hasta nuestros días, la esclavitud ha jugado un papel difícil de ignorar en los mecanismos que rigen la conformación de las sociedades humanas, en cualquier época y geografía. Charles Louis de Montesquieu, por medio de su obra literaria, retrata las diversas clases de esclavitud a las cuales se encuentra subordinado el ser humano. No se remite únicamente a describir una mera tradición de servidumbre a pesar de que ésta, en efecto, esclaviza y priva al ser humano de hacer valer sus derechos. La esclavitud, propiamente dicha, consiste en «la institución de un derecho que hace a un hombre dueño absoluto de otro hombre, para disponer de sus bienes y hasta de su vida». Sin embargo la esclavitud, afirma Montesquieu, no es útil para el esclavo ni para el amo, ya que ésta termina por dominar a ambos en el plano emocional y motivacional: En el primero fomenta el odio en contra de quien le somete, mientras al último infunde un código de conducta y raciocinio fundamentado en el despotismo.

Diversos aspectos de ésta índole son abordados por el Barón de Montesquieu en su obra las Cartas Persas. Consiste, entre temas políticos, sociales, religiosos, filosóficos e históricos, entre otros, de una gama de elementos diversos para estudiar una determinada sociedad en su conjunto, donde el autor reconoce tres formas de esclavitud: la esclavitud civil, la esclavitud política y la esclavitud doméstica. En lo referente a ésta última, la obra describe y contrasta la vida de las mujeres en Medio Oriente y Europa, durante el siglo XVIII, a través de los personajes de Usbek y Roxana.

El primero sale de Persia para conocer la sociedad francesa y sus costumbres. Las marcadas diferencias que percibe causan en el joven un profundo asombro al comparar los hábitos de la monarquía francesa con la de su país. Roxana, en cambio, por su condición de mujer, debe permanecer en el harén bajo la prohibición de conocer otros estilos de vida, como el francés, impropios para ella desde la perspectiva masculina. Ante esta realidad su propia vida se concentra en la búsqueda por liberarse del absoluto aislamiento al que se le ha destinado. De esta manera, alterar el orden y la disciplina interna del harén se convierte en su objetivo al punto que cada una de las mujeres que le acompañan, habiendo adoptado a Roxana como modelo de emancipación, elije a su vez cómo escapar, conductivamente, de su sometimiento.

¿Cuáles son los factores que propician tal clase de esclavitud? Tradicionalmente, la servidumbre doméstica se encuentra encabezada por la mujer, la cual tiene que permanecer sometida a las leyes que le impone el género masculino en aras de gobernar. Esta subordinación ocurre principalmente en Asia y África, donde, según Montesquieu, no existen leyes de prohibición a la poligamia, lo cual es visto por el filósofo como un retroceso en la evolución humana, que más comúnmente se presenta en países donde la costumbre de poseer varias mujeres altera el orden natural. La servidumbre doméstica, entonces, acarrea en consecuencia un desequilibrio social. Para fundamentar dicha tesis Montesquieu atribuye las causas a la riqueza, la pobreza, la ignorancia y el desarrollo de la mujer en las zonas de climas cálidos, entre otras.

La poligamia, según el autor, es propicia también en los regímenes autoritarios: «La servidumbre de las mujeres se ajusta bien a la índole del gobierno despótico, dado en todo al abuso. En todas las épocas se ha visto en Asia que marchaban a la par la servidumbre doméstica y el gobierno despótico”, y no en la república, agrega, donde hay igualdad entre hombres y mujeres, por lo que “Mirando la poligamia desde un punto de vista general […] no es útil para el género humano en general ni para ninguno de los sexos en particular».

En las Cartas Persas el servilismo es un claro ejemplo del despotismo ante el cual se rebelan las mujeres del serrallo, cansadas del encierro físico e ideológico que les prohíbe expresar sus pensamientos y desacuerdos ante las normas sociales que favorecen la condición del sexo “fuerte”, al tiempo que les impide crecer como entidades independientes. Son concientes de que el hombre, aún con la libertad que disfruta, se encuentra dominado por sus pasiones: «[…] Usbek, no imagines que tu situación sea más feliz que la mía; disfruto aquí de mil placeres que desconoces; […] he vivido, y tú te has limitado a languidecer […] Incluso en la cárcel donde me retienes, soy más libre que tú; tus sospechas, celos y pesares, dan otras tantas señales de servidumbre». Y es así como, a su manera, la mujer se libera del cautiverio al comprobar las ataduras que ciñen la vida del tirano.

Es tal el sometimiento de las mujeres, que su conocimiento del mundo se limita a aquél que sólo han visto a través de los ojos del hombre que sale del serrallo. Usbek, en un intento por justificar su dominio, explica a Roxana las relajadas costumbres de las damas europeas: «[…] las mujeres han perdido aquí toda moderación, se presentan ante los hombres con el rostro descubierto como si pidieran a gritos su derrota. Sí, Roxana, si estuvieras aquí os sentirías ultrajada al ver la ignominia en que ha caído vuestro sexo. Huirías de este lugar y suspirarías por el dulce retiro en que encontráis la inocencia […], finalmente podéis amarme sin temer perder jamás el clamor que me debéis».

El amor es visto aquí también como una imposición. Usbek no se detiene en ningún momento a preguntarse cuál es la opinión que guarda Roxana, si está en desacuerdo o no con la conducta de la mujer francesa. Para él, la sociedad europea es inadecuada, mas no así la persa. La mujer adquiere entonces un valor comercial, nunca humano; es simple mercancía para el goce del mejor postor al interior de una cárcel dorada de la que no saldrá nunca: «Ayer, los armenios trajeron al serrallo a una joven esclava de Circasia para venderla, yo la conduje a las habitaciones secretas, la desnudé y la examiné con mirada de juez; cuanto más la examinaba más descubría en ella más encantos, un pudor virginal parecía querer ocultarlos ante mi vista». De esta manera, el servilismo femenino continúa ya sea como esclava de comerciantes o de un harén; allá o aquí la mujer se encuentra sujeta al dominio social masculino.

Toda opresión tiene su propio límite al punto de provocar que el esclavo se subleve ante el opresor. En las Cartas Persas cada una de las mujeres busca su propia forma de liberarse: «Zelis, al ir hace unos días a Mosqué, dejó caer su velo, quedando ante todo el mundo con el rostro casi al descubierto. Me he encontrado a Zachi acostada con una de las esclavas, a pesar de lo prohibido que ésto está por las leyes del harén […] Ayer por la noche encontraron en el jardín del harén a un muchacho que escapó saltando por encima de las tapias».

También se presentan mujeres que encuentran en la muerte su liberación no sin antes expresar sus verdaderos pensamientos: «Sí, te he engañado. […] ¿Cómo has podido pensar que yo iba a ser tan crédula como para imaginarme que estaba en el mundo sólo para adorar tus caprichos? ¿Que mientras tú te permites todo, tienes el derecho de despreciar mis deseos? ¡No! He podido vivir en la esclavitud pero siempre he sido libre: he modificado todas tus leyes de acuerdo con la naturaleza y mi espíritu se ha mantenido siempre independiente».

El autor nos muestra cómo la mujer, tanto en un régimen como en otro, carece de valor, es vista como simple objeto de bellos ornamentos para lucir en sociedad. En la república, la mujer es libre y a la vez prisionera de las costumbres, finas cadenas a las cuales debe someterse. En la monarquía se vale de sus atractivos para sobrevivir entre un mundo de apariencias, como lo fue el siglo XVIII. Y por último, en un régimen despótico, son simple artículo de lujo; ya sean europeas u orientales, no cuentan con voz propia para lograr su libertad, continúan atadas a las normas sociales impuestas por aquéllos que dominan.

Las mujeres personificadas en las Cartas Persas resultan el arquetipo femenino prevaleciente en la sociedad a través de la historia, donde sólo hay que mirar alrededor y cuestionar si verdaderamente se ha dado un valor trascendental a la mujer. Habrá que preguntarse si hoy día persiste el despotismo que subyuga avalado por la ley, o si se percibe un proceso de cambio a largo o corto plazo que favorezca o dignifique la condición femenina al desempeñar su papel de madre, ama de casa, profesionista o empresaria, entre otros, dentro de la sociedad.


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Susana Rodríguez Landeros (Jerez, Zac., 1971) Lic. en Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Es miembro del Grupo Cultural Atenea Comunicación Literaria.

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