«Cada instante de la vida es un paso hacia la muerte»
Pierre Corneille
Pierre Corneille
Entre la multitud vi a una mujer diminuta, débil y encorvada que apenas y podía respirar en su asiento, tenía media cara cubierta por una máscara conectada a una toma de oxígeno del servicio de urgencias del Seguro Social. No había camillas disponibles esa noche; el servicio estaba saturado y los médicos caminaban de un lugar a otro con cinco o seis pacientes en la cabeza.
A pesar del medicamento que una de las enfermeras añadió al gas que respiraba, el semblante de la mujer no lucía nada bien, sus labios seguían azules, sus ojos perdidos, su aliento agotado. En aquel entonces yo era una estudiante, me encontraba realizando mis prácticas clínicas y sólo obedecía órdenes. De pronto oí una voz, nunca supe de quién fue: «Doctora, tome un electrocardiograma a esa paciente», acto seguido pedí ayuda a la enfermera para trasladar a otro paciente a una silla y dejar libre la cama donde acosté a la mujer. Mientras colocaba los electrodos en su pecho, la paciente me tomó de la bata con una energía violenta
que no me explico de dónde sacó, me jaló fuertemente hasta que quedé a unos cuantos centímetros de sus ojos y me dijo gritando: «¡Doctora, me estoy muriendo!» Cayó inconciente. En sus ojos, fijos y abiertos, no había otra cosa que certeza. Varios médicos se apresuraron, realizamos todas las maniobras de reanimación conocidas pero la muerte fue inevitable. Me quedé observándola, parecía anciana, aunque en realidad nunca supe si lo era. Tal vez la muerte le llegó de golpe transformando sus facciones en poco tiempo.
Noches enteras después del suceso continué viendo claramente los ojos de esa mujer. Repasaba una y otra vez los hechos: su diagnóstico inicial no era correcto. ¿Qué doctor la vio primero? ¿Qué fue lo que sucedió? ¿Qué pude haber hecho por ella? Lo único que pude asertar fue que bajo ninguna circunstancia desee que muriera, sólo quería ayudar, pero nada de lo que yo pensara cambiaría el hecho; luego consideré que si la paciente no hubiera estado ahí, igual hubiera muerto en algún otro lugar. Lo que me conflictuaba era considerar que tuve la oportunidad de salvar su vida y no lo hice, un ego que constantemente nos invade en esta
profesión.
Como médico he presenciado la muerte de muchas personas en diversas circunstancias, conozco a innumerables médicos que viven una lucha constante contra la muerte, como si ésta en verdad pudiera evitarse y más aún, como si un médico poseyera ese poder. Escucho comentarios continuos de personas que me preguntan, ¿cómo manejas la culpa cuando se te muere un paciente?, y yo respondo que he acompañado a muchos en el proceso de su enfermedad y los he visto sanar, y también he estado ahí cuando otros pacientes mueren, y en ninguno de los dos casos he sido yo la causa del hecho en sí, ni culpable ni héroe. La situación puede ser la misma, pero la percepción es distinta, existe una gran diferencia entre ayudar simplemente en lo que uno puede, o sentir que se debe tener el control absoluto de la situación; por eso la muerte llega de improviso, en ocasiones, contra todo pronóstico médico, y viceversa. La vida también toma por sorpresa a muchos moribundos, si no ¿cómo se explica el hecho de que ante dos pacientes del mismo sexo, edad, diagnóstico, igual tratamiento y en general bajo las mismas circunstancias, uno viva y otro no? El médico no realiza ni más ni menos en cada caso, y la familia de un paciente lo considera salvador por hacer exactamente lo mismo por lo cual los familiares del otro lo llamaron asesino. Entonces, ¿no resulta un tanto irónico suponer que el médico tiene en sus manos el poder de la vida? Creo que existe un concepto erróneo en muchas personas, e incluso en los mismos médicos; la vida no está en nuestras manos, nunca lo ha estado. Es cierto que la negligencia médica existe, lo mismo que el homicidio en las calles. Una persona le puede quitar la vida a otra, pero aún así he comprobado que cuando esa persona debe vivir, vivirá con, sin, y a pesar del médico. He visto personas salir caminando por la puerta del hospital después de recibir 11 balazos en el tórax, y he visto morir a gente con una sola bala en la misma región; he visto negligencias médicas que no tienen repercusión alguna en la mejoría del paciente, y excelentes manejos que no bastan para preservar la vida. En ocasiones se realizan exhaustivos protocolos de investigación para determinar las causas exactas de una defunción, y siempre existen casos que se salen de todo parámetro y explicación científica.
Existe un abismo infinito de posibilidades, la medicina no es ni será nunca una ciencia exacta, y menos cuando intenta explicar la muerte y sus razones. La muerte no se puede limitar a una definición, es más compleja, se puede estudiar lo que existe alrededor de ella y sus posibles causas, se han desarrollado medidas paliativas físicas, sociales y emocionales para el control del dolor, y específicas en la atención del moribundo, fármacos especializados en pacientes desahuciados para brindar una mejor calidad de vida el tiempo que ésta dure, se puede también ayudar a la familia del fallecido durante el duelo, pero nunca se tendrá un control sobre la muerte, pues ésta no se encuentra sujeta a una ciencia ni al tiempo; es lo único seguro que tenemos al nacer. Mientras algunos tratan de provocarla, otros le temen, la retan o la evaden, algunos creen burlarla, otros intentan a toda costa llegar sanos y salvos a las cercanías de su final, pero todos mueren tarde o temprano. Y por más cerca que esté uno de la muerte y se enfrente a ella constantemente, ésta seguirá siendo impactante. Independientemente de las creencias o ideologías que cada persona tenga sobre lo que hay o no después de la vida, la muerte en sí seguirá siendo un terreno desconocido. ¿Qué sabes tú de la muerte?, me pregunté cuando me disponía a escribir estas líneas, y la respuesta fue y sigue siendo la misma, creo muchas cosas acerca de ésta pero la realidad es que nada sé; es un absoluto misterio.
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A pesar del medicamento que una de las enfermeras añadió al gas que respiraba, el semblante de la mujer no lucía nada bien, sus labios seguían azules, sus ojos perdidos, su aliento agotado. En aquel entonces yo era una estudiante, me encontraba realizando mis prácticas clínicas y sólo obedecía órdenes. De pronto oí una voz, nunca supe de quién fue: «Doctora, tome un electrocardiograma a esa paciente», acto seguido pedí ayuda a la enfermera para trasladar a otro paciente a una silla y dejar libre la cama donde acosté a la mujer. Mientras colocaba los electrodos en su pecho, la paciente me tomó de la bata con una energía violenta
que no me explico de dónde sacó, me jaló fuertemente hasta que quedé a unos cuantos centímetros de sus ojos y me dijo gritando: «¡Doctora, me estoy muriendo!» Cayó inconciente. En sus ojos, fijos y abiertos, no había otra cosa que certeza. Varios médicos se apresuraron, realizamos todas las maniobras de reanimación conocidas pero la muerte fue inevitable. Me quedé observándola, parecía anciana, aunque en realidad nunca supe si lo era. Tal vez la muerte le llegó de golpe transformando sus facciones en poco tiempo.
Noches enteras después del suceso continué viendo claramente los ojos de esa mujer. Repasaba una y otra vez los hechos: su diagnóstico inicial no era correcto. ¿Qué doctor la vio primero? ¿Qué fue lo que sucedió? ¿Qué pude haber hecho por ella? Lo único que pude asertar fue que bajo ninguna circunstancia desee que muriera, sólo quería ayudar, pero nada de lo que yo pensara cambiaría el hecho; luego consideré que si la paciente no hubiera estado ahí, igual hubiera muerto en algún otro lugar. Lo que me conflictuaba era considerar que tuve la oportunidad de salvar su vida y no lo hice, un ego que constantemente nos invade en esta
profesión.
Como médico he presenciado la muerte de muchas personas en diversas circunstancias, conozco a innumerables médicos que viven una lucha constante contra la muerte, como si ésta en verdad pudiera evitarse y más aún, como si un médico poseyera ese poder. Escucho comentarios continuos de personas que me preguntan, ¿cómo manejas la culpa cuando se te muere un paciente?, y yo respondo que he acompañado a muchos en el proceso de su enfermedad y los he visto sanar, y también he estado ahí cuando otros pacientes mueren, y en ninguno de los dos casos he sido yo la causa del hecho en sí, ni culpable ni héroe. La situación puede ser la misma, pero la percepción es distinta, existe una gran diferencia entre ayudar simplemente en lo que uno puede, o sentir que se debe tener el control absoluto de la situación; por eso la muerte llega de improviso, en ocasiones, contra todo pronóstico médico, y viceversa. La vida también toma por sorpresa a muchos moribundos, si no ¿cómo se explica el hecho de que ante dos pacientes del mismo sexo, edad, diagnóstico, igual tratamiento y en general bajo las mismas circunstancias, uno viva y otro no? El médico no realiza ni más ni menos en cada caso, y la familia de un paciente lo considera salvador por hacer exactamente lo mismo por lo cual los familiares del otro lo llamaron asesino. Entonces, ¿no resulta un tanto irónico suponer que el médico tiene en sus manos el poder de la vida? Creo que existe un concepto erróneo en muchas personas, e incluso en los mismos médicos; la vida no está en nuestras manos, nunca lo ha estado. Es cierto que la negligencia médica existe, lo mismo que el homicidio en las calles. Una persona le puede quitar la vida a otra, pero aún así he comprobado que cuando esa persona debe vivir, vivirá con, sin, y a pesar del médico. He visto personas salir caminando por la puerta del hospital después de recibir 11 balazos en el tórax, y he visto morir a gente con una sola bala en la misma región; he visto negligencias médicas que no tienen repercusión alguna en la mejoría del paciente, y excelentes manejos que no bastan para preservar la vida. En ocasiones se realizan exhaustivos protocolos de investigación para determinar las causas exactas de una defunción, y siempre existen casos que se salen de todo parámetro y explicación científica.
Existe un abismo infinito de posibilidades, la medicina no es ni será nunca una ciencia exacta, y menos cuando intenta explicar la muerte y sus razones. La muerte no se puede limitar a una definición, es más compleja, se puede estudiar lo que existe alrededor de ella y sus posibles causas, se han desarrollado medidas paliativas físicas, sociales y emocionales para el control del dolor, y específicas en la atención del moribundo, fármacos especializados en pacientes desahuciados para brindar una mejor calidad de vida el tiempo que ésta dure, se puede también ayudar a la familia del fallecido durante el duelo, pero nunca se tendrá un control sobre la muerte, pues ésta no se encuentra sujeta a una ciencia ni al tiempo; es lo único seguro que tenemos al nacer. Mientras algunos tratan de provocarla, otros le temen, la retan o la evaden, algunos creen burlarla, otros intentan a toda costa llegar sanos y salvos a las cercanías de su final, pero todos mueren tarde o temprano. Y por más cerca que esté uno de la muerte y se enfrente a ella constantemente, ésta seguirá siendo impactante. Independientemente de las creencias o ideologías que cada persona tenga sobre lo que hay o no después de la vida, la muerte en sí seguirá siendo un terreno desconocido. ¿Qué sabes tú de la muerte?, me pregunté cuando me disponía a escribir estas líneas, y la respuesta fue y sigue siendo la misma, creo muchas cosas acerca de ésta pero la realidad es que nada sé; es un absoluto misterio.
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Patricia Ochoa Sánchez (Guadalajara, Jal.) Es Médico Cirujano por la Universidad Autónoma de Guadalajara. Actualmente cursa la Maestría en Cirugía Estética.
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