sábado, 15 de noviembre de 2008

Esclavo Albedrío

por José Félix Bonilla Sánchez

«No saben que la mano señalada del jugador gobierna su destino, no saben que un rigor adamantino sujeta su albedrío y su jornada»
J. L. Borges


No conoció su final, no supo del jaque fulminante; pero hubo muchas cosas que sí supo (o creyó saber), entre las que se pueden mencionar las siguientes.


Vayan al frente; yo permaneceré en la retaguardia para protegerlos. Y luchen con esmero; puede que su vida esté de por medio.

Debo infundirles ánimo; al fin y al cabo, cuando mueran ni cuenta se darán. Por otra parte, nunca sabrán que su lucha fue por mí, por protegerme, cuidarme, complacerme.

Qué extraño que así les suceda. Y pensar que probablemente se crean libres; siempre les conmino: «vamos a buscar la libertad», pero no les digo que la hayamos encontrado ya o que la habremos de hallar después. Así son felices, trabajando por mí, luchando por mí, viviendo…

—Su Majestad, perdón por sacarlo de sus meditaciones, pero hay un asunto delicado que
demanda su atención.
—¿Qué sucede?
—Están a punto de acabar con todos los del frente.
—Pues bien, si así tiene que ser, que mueran con dignidad, con orgullo.
—¿Y usted? ¿Qué va a pasar con usted?
—No se preocupen, aún hay escuadrones dispuestos a defenderme. Y si ustedes pelean con valor hasta el final servirá de ejemplo para ellos, de modo que, si es preciso, mueran también por mí.
—Como ordene Su Majestad.

Así me gusta, que no opongan resistencia a mis órdenes. No se preocupen, pronto serán recompensados, sus esfuerzos se verán coronados y su recompensa durará eternamente.

—¿Pero qué sucede? ¿Qué escándalo es ese?
—Una de las torres que usted mandó levantar ha sido destruida y la otra está en grave peligro.
—Pase lo que pase continúen luchando; no hay hacia dónde retroceder.

No permitiré que invadan mi espacio, sólo yo debo quedar resguardado en caso necesario; no puede haber más que un rey, de otro modo no sería tal.

Aunque no recuerdo cómo es que llegué a ser lo que soy, sé que debió ser algo grandioso, y es esa grandeza la que me hará perdurar. No puedo terminar así, de pronto, como todos ellos. Pobres, lo bueno es que desconocen su miseria; si conocieran la verdad no quiero ni pensar lo que ocurriría.

Yo existo por encima de todos, puedo saber lo que está pasando. Ahora mismo puedo ver a ese caballo caer y sé que aquel otro habrá de correr esa misma suerte tarde o temprano, pues para la gloria de uno solo es necesario el sufrimiento de muchos otros, y ellos así lo aceptan con resignación; qué más pueden hacer. Y si se rebelaran contra mí, ¿acaso creen que les espera otra suerte, pensarían que en verdad tienen un aliado, alguien para protegerlos?

—Alfiles, ¿quién sino yo les ha brindado ese glorioso nombre y los ha mantenido aquí, en mi cercanía? Ustedes son y serán mis más preciados guerreros, y ahora que todos nuestros batallones han sido destruidos, se los digo: vayan, acaben con nuestros enemigos. Estén tranquilos, pues la reina y yo cubriremos sus espaldas.

Helos ahí, obedientes como siempre. Si les dijera «cuélguense por mí» ¿acaso lo pensarían dos veces? Ahora me parece que todo esto sucede sólo para que se pueda manifestar y magnificar mi gloria y mi grandeza. ¡Qué más da la vida de tantos y tantos hombres como ellos!

—¡Acaben con los enemigos, mis gloriosos guerreros!

Han estado siempre cerca, en cualquier momento podrían convertirse en mis enemigos; de hecho, ya casi puedo considerarlos así. ¡Ah, qué grande soy! ¡Ahora entiendo por qué han de morir! Su hora ha llegado, me siento como si ello dependiera de mí, como si sus destinos estuvieran aquí, en mis propias manos.

¿Qué es la muerte cuando soy yo quien la controla? Me había parecido antes tan grande, pero ahora la he empequeñecido y le digo: toma primero a estos, luego a aquellos, por mi gloria, ¿lo oyes?, ¡por mi gloria!; ¡hasta tú trabajas para mí! ¡Oh, cuánta grandeza! ¡Qué momentos estoy viviendo, qué sensaciones!

Pero qué veo. —Mujer mía, lo siento, pensaba librarte pero tú misma has visto que estando más cerca de mí se han lanzado en tu contra. No temas, si mueres, formarás parte de mi grandeza.

¡Ahí caes!, ¿pero qué sucede?, no me ha dolido. ¿Cómo puedo explicarme este suceso inesperado? ¡Ah!, era inevitable; no se consiguen grandes cosas sin antes haber perdido otras.

Ahora vienen hacia mí; suponen que me defenderé como los demás, que voy a utilizar mis manos para pelear; ignoran que mi fuerza reside en otro sitio. Seguramente creen que mi lentitud es signo de debilidad. Desconocen que mi poder radica en mi razón.

—Acérquense, vean lo débil que estoy. No, no tengan miedo de escucharme, ¿qué les puede pasar? ¿Ríen? Sí, es necesario que, como los demás, piensen que su muerte es meritoria, heroica.

¿Alguien más quiere jugarme?


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José Félix Bonilla Sánchez (Jerez, Zac., 1975) Lic. en Psicología por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Publicó Esclavo Albedrío en la revistaRes Et Verba (Noviembre, 2007).

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